viernes, 4 de septiembre de 2015

Relaciones 2: Yo, Mi, Me, Minimalismo

No soy perfecta, pero tampoco soy imperfecta.
Sencillamente, estoy sin terminar...


No creo que sobre nada en el Universo ni creo que nada se pierda o se malgaste en él. Todo y todos tenemos nuestro papel en este mundo (y probablemente en algún otro), y me conviene creérmelo; así que me lo creo.

Aunque me cueste entender el papel cósmico de las cucarachas y las ratas en el planeta (o en cualquier otro lado), sé que lo tienen. De momento, el hecho de que se coman parte de la basura que genero yo ya es un puntazo. Otra cosa es que prefiera que la basura se la comiese una máquina invisible, no ruidosa, que no ocupase la mitad de mi cocina y que entrara en funcionamiento en el mismo instante en que la genero; pero, bueno, todo llegará... Mira, es un buen aparato para poner en una de mis siete vidas paralelas, ahora que lo pienso.

Desde hace años, a mi vuelta de las vacaciones de verano de San José, decido que de esta vez no pasa el que ponga en orden total mi hogar madrileño. En la casa donde veraneo no falta nada, pero no sobra ni un vaso. Tiene lo justo, está despejada la mires por donde la mires, abierta, luminosa, aireada aunque no abras la ventana. Hasta lo que yo llamo mi plantación tiene las medidas justas para no dar la lata, tres o cuatro metros  de larga por 50 centímetros de ancha. Una fila de losetas pegada a la valla del patio que sustituimos por tierra abonada y rellené plantando mogollón de buganvillas, tres hibiscus y, en la esquina, un limonero lunero que, este año por primera vez, ha dado ya sus frutos: unos racimos de limones verdes a los que cuando me vine anteayer aún era imposible hincarles el diente.

Es el jardín ideal porque me lleva exactamente diez minutos al día cuidarlo. En realidad ni eso porque abro la manguera, la coloco al pie del limonero y, cuando hace charco allí, la voy corriendo a lo largo de la plantación mientras hago picatostes o frío un huevo. Lo suficiente como para tener la sensación no solo de que tengo un jardín sino la más satisfactoria aún sensación de que es obra mía y lo sigue siendo.

Inevitablemente, a mi vuelta a Madrid la comparación de casas y jardines me produce un estado de ansia tal por el orden, por los espacios despejados y por lo justo y necesario que me pongo a ello de inmediato. Hasta el momento, no ha dado resultado, aunque el año pasado conseguí adecentar mi despacho y ya podemos entrar en él sin pisar nada que no sea suelo.

Pero casi enseguida, ocurre una cosa curiosa: ahora que está tan de moda ser minimalista, yo me vuelvo maximalista... La mitad de mis deseos se contradicen con la otra mitad: cuanto más me empeño en ordenar, dar y tirar, más crece todo a mi alrededor, un jardín esplendoroso de deseos cumplidos sin orden ni concierto.

Quizás esto sea una bendición y lo estoy mirando desde la perspectiva equivocada. Quizás lo que deba ordenar sean mis deseos...

Ahora que tengo hechas las paces conmigo misma y honro todos mis deseos como si fueran honorables, creo que esto ha empezado a írseme de las manos, al menos en el tema doméstico.

En cada vida tengo, al menos, dos casas: una en la que vivo y otra en la que veraneo, faltaría más. Y en algunas de ellas, sencillamente, colecciono casas. Repito que lo quiero todo. Bueno, lo único que no quiero en ninguna de mis vidas es un barco en propiedad. Es algo tan estresante manejar tripulaciones...

Pero parece que las ansias de orden me persiguen hasta en sueños. Debe de haber algo que sigue ahí en el fondo insistiendo en el minimalismo y todo lo que eso conlleva; todo eso que, de momento, no tengo ni soy. No solo quiero esta vida que me encanta, sino que quiero también esas siete vidas de gata total en Barbuda, Edimburgo y Polinesia descubriendo mariposas y todas las otras.

Y lo noto porque, justo antes de meterme en faena y disfrutar de la vida que elija vivir ese rato una tarde cualquiera, me precipito sin remedio a preparar el escenario. Y en todas mis vidas probables, sin excepción,  me ocupo de que la casa esté perfecta y totalmente amueblada, adornada, equipada, sin hormigas ni cucarachas, sin polvo, sin cajas amontonadas en el cuartillo de la esquina, sin mosquitos-tigre (ni siquiera los consiento en la Polinesia), sin alfombras ni cortinas (aparecería inevitablemente la odiosa aspiradora); y todo, absolutamente todo en todas esas mis vidas paralelas, es AUTOLIMPIABLE y AUTOPLANCHABLE. Hasta que no he conseguido meterme en ese escenario perfecto, no empiezo de verdad a disfrutar mi otra vida de gata.

Lo que más odio de las tareas domésticas es, sin ninguna duda, recoger la mesa y sacar el lavavajillas, así que esa máquina infernal no existe en ninguna de mis otras vidas. No lo hará al menos hasta que mi imaginación sea capaz de crear el lavavajillas AUTOSACABLE, pero de momento el invento está en sus inicios más burdos: veo platos volando desde el aparato hasta los armarios de la cocina (perfectamente ordenados y sin mácula) y mi fe en los milagros aquí falla. Porque en lugar de ver reposadamente cómo toda la vajilla se auto-coloca en su lugar sin mi intervención, lo que me veo es corriendo por toda mi cocina polinesia intentando evitar que esos malditos platos me den en la cabeza. Y no he podido aún imaginar una escena menos estresante para ese tonto asunto diario de la limpieza y recogida de platos y vasos. De momento, no como ni bebo en casa en ninguna de esas vidas, a excepción de mi té de hibisco en el porche de Barbuda, que mi Sabine hace desaparecer por arte de magia en cuanto lo he terminado. Quizás deba llevarme a Sabine a mis otras vidas...


Si solo de pensar en el asunto de sacar el friegaplatos (asunto que es materia de negociación casi a diario con mi hija menor) me produce ese estado de ansiedad en una vida ¿vale la pena que me empeñe en el maximalismo llevado a su cumbre? No, y es por eso que mis vidas paralelas cumplen una función perfecta en mi tendencia a quererlo y tenerlo todo: como no es físico (aunque sí real, eh?) lo puedo manejar con facilidad y, sobre todo, no me lía la vida (más todavía), lo que es muy de agradecer.

Por otro lado, tengo tendencias reales al minimalismo en mi vida diaria y las cumplo de forma satisfactoria en mis vidas paralelas. Eso es un hecho.


El asunto es ahora, ¿cómo traer ese minimalismo tan bien imaginado en Barbuda o New York (un loft diáfano) a mi casa y mi vida de Madrid?

El firme propósito de este otoño -de nuevo- es el orden en casa. Pero este año hay una diferencia fundamental: va ser verdad, un hecho y una realidad como en mis otras vidas, porque ¡ya he descubierto la forma de llevarlo a cabo!.... :-D


3 comentarios:

  1. Jajajajajaja, anda, eso nos pasa por querer controlarlo todo besos guapa :)

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  2. ¡Quién te ha visto y quién te ve! Con lo cómoda que estabas siempre rodeada de pilas (literalmente) de libros y cuadernos repartidas por toda la casa. En cualquier caso, que conste que la casa mejora a ojos vista a la vuelta de cada verano. O sea, que el minimalismo se va acumulando a lo largo de los años, aunque tú no te des cuenta...

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    1. Cuando me de cuenta yo, será minimalismo REAL!! 👍👍👍

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