martes, 18 de agosto de 2015

Las siete vidas del gato (y mías)

El trabajo físico, más allá de ciertos límites, es una tortura atroz.
Bertrand Russell, La conquista de la felicidad


Me encanta mi vida, pero quiero tener más cosas, más experiencias, más casas, más, más... Pero me falta el tiempo y el don de la ubicuidad. En realidad, lo quiero TODO pero entiendo que tengo que ponerme un límite; por motivos prácticos más que nada.

Una de las cosas que siempre he querido tener: muchas vidas, como los gatos; entiendo que en una no me cabe todo. Y las quiero no una detrás de otra -eso, aparentemente, no está en mi mano- sino todas a la vez. Creía que eso no era posible, pero estaba equivocada.

Un día encontré la manera de vivirlas sin problemas y sin tener siquiera que molestarme en abrir un libro donde contasen la vida de otro...  Sólo tengo que cerrar los ojos y... Ahora soy un científico famoso del siglo XIX que descubrió una rarísima mariposa en la Polinesia; un cantante de rock de mediados del siglo XX, melenudo y que esnifa coca antes de salir a un iluminado escenario donde sus miles de fans gritan enloquecidos cuando aparece; el alter ego de Agatha Christie (con todas sus casas y algunas más); una escritora anónima que hereda de carambola un cottage en una isla caribeña, junto con un Cadillac dorado y una vieja bicicleta verde; una actriz inglesa de teatro de culto (signifique eso lo que signifique), un artista polifacético amancebado con una Médici (y también soy esa Médici :-D)...

*   *   *   *

Antigua y Barbuda es un país que está compuesto por treinta y siete islas, parte de las Antillas Menores, situadas entre el mar Caribe y el Océano Atlántico.

Este encantador y pequeño archipiélago, también llamado Tierra de las 365 playas, tiene una superficie total de 443 kilómetros cuadrados, y una población de 82.000 habitantes, el 90% de ellos de ascendencia africana (de cuando los esclavos fueron importados por los colonos ingleses para trabajar los campos de azúcar), con otra pequeña parte de mulatos, mestizos, raza blanca (poca) y judíos sefarditas (poquísimos). Solo sus dos islas mayores, Antigua y Barbuda, están habitadas (por humanos, que bichos hay un montón). Hay registros de haber estado habitadas ya hacia el año 2400 a.C. y sus primeros habitantes, los Siboneys (palabra arawak que significa gente de piedra) dejaron un bello legado en forma de herramientas, que fabricaron en piedra y concha. Mucho después de que los Siboneys desaparecieran (emigraron), llegaron a las islas los arawaks, amerindios provenientes de la parte sur del río Orinoco que se dedicaban al pastoreo y la agricultura. Los arawaks introdujeron en las islas, entre otros cultivos, la famosa Piña Negra de Antigua. Hacia el año  1100 a.C. muchos de los arawaks migraron y los pocos que quedaron fueron eliminados por los agresivos caribes, que conquistaron a su manera -muy bestia- casi todo el mar que hoy lleva su nombre. 

Y se quedaron con las islas. Y se comieron a unos cuantos, porque eran caníbales. ¡Hala, adiós, arawak culture! Después de tantos años, os quedáis sin casa y sin tierras... (¿Por qué todo el mundo hablará tan mal de los caribesssss?)

En su segundo viaje al Caribe, en 1493, Cristóbal Colón vio la isla principal de pasada, la bautizó con el nombre de Santa María la Antigua en honor de la milagrosa virgen sevillana y siguió su camino hacia donde fuera. Los europeos no se establecieron allí, sin embargo, hasta un siglo después debido, principalmente, a la falta de agua dulce en las islas y la determinación y la resistencia de los caribes a que les quitaran lo que ellos habían robado antes. (¡Qué tíos, oye!). Finalmente, en 1632, un grupo de ingleses provenientes de St. Kitts pudieron establecerse allí sin problemas de forma exitosa. Y en 1684, con la llegada de Lord Codrington (que da nombre a la capital de Barbuda), y de su mano, Antigua entró en la era del azúcar. Los nobles ingleses arrasaron las islas (las dos principales que dan nombre al país), repartiéndoselas entre unos cuantos y montando plantaciones de azúcar a tutiplen, con esclavos que se trajeron del norte de África para que se las cultivaran. Las islas florecieron en todos los sentidos, y los ingleses dueños de las plantaciones florecieron mucho más.

A finales del siglo XVIII, Antigua era un importante puerto estratégico así como una valiosa colonia comercial para los ingleses. En 1784, Nelson llegó a la cabeza del Escuadrón de las Islas Leeward, pero no fué muy bien recibido. Se pasó casi todo el tiempo que anduvo por allí en un cuartel que montó en su barco y, después de construir facilidades navales (con su nombre), se fue horripilado de las islas llamándolas lugar vil y asqueroso agujero, con lo que no me extraña que se pusiera a todos los isleños en su contra. Este Nelson... ¡Que poca diplomacia y qué falta de elegancia, diossssss! Además, es mentira, no hay más que mirar las fotos.

Todo se paga en esta vida y resulta que a los caribes también les llegó. Fueron eliminados en casi su totalidad  por un enemigo que no esperaban: las enfermedades europeas y africanas, la malnutrición y la esclavitud acabaron con la población nativa caribeña de estas maravillosas islas (aunque ningún científico actual se atreve a jurar que estas causas fueran la razón real de esta muerte de masas.

Se dice que los españoles no colonizaron Antigua y Barbuda por su falta de agua dulce y su sobra de caribes agresivos y caníbales. ¿Fueron unos caguetas? I wonder. Pero indudablemente perdieron su oportunidad de hacerse con unas tierras preciosas allende los mares.

En 1967, las islas se convirtieron en un Estado Asociado de la Commonwealth y en 1981 consiguieron la independencia total de los ingleses, aunque siguen perteneciendo a la asociación británica comunitaria y Elizabeth II es la primera reina de Antigua y Barbuda. Actualmente, Antigua y Barbuda viven principalísimamente del turismo, casi nada del azúcar, y algo del alquiler que les paga EE.UU. de América por mantener allí un punto militar estratégico. La lengua oficial es el inglés, aunque aún muchos nativos hablan criollo antiguo.

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Y una de mis vidas, discurre en estos parajes... Concretamente en Barbuda.

"... He salido a por el correo esta mañana por pura rutina, aunque no sé para qué. Hace ya años que en el correo solo encuentro publicidad de presión --para que me cambie a otra compañía de telefonía móvil--, extractos bancarios tristísimos y algún que otro libro de Amazon que pedí anteayer.

Y a pesar de ello no desaparece, por lo visto, mi esperanza de encontrar un día un sobre de esos antiguos de Correo Aéreo, alargado y ligero, en horizontal, y bordeado de franjitas azules y rojas. Quizás llegue con un sello exótico en el que aparece un ave del paraíso de plumaje imposible y elegante pico naranja. Quizás venga de Trinidad, o de Antigua, o desde alguna otra isla que no conozco y solo puedo atinar a soñar. Quizás llegue con buenas noticias...

Un tío-abuelo del que nunca había oído hablar ha fallecido. Emigró allí en su temprana juventud y se hizo billonario con la caña de azúcar, o quizás con el ron. Le ha dejado todo a sus hijos y nietos, como es natural. Todo menos la primera casa que se construyó allí con sus primeros jornales, trabajando por cuenta ajena.

El tío-abuelo Emilio decidió instalarse en Barbuda, en la parte sur de la isla, donde empezó trabajando para un lord inglés que no atendía su patrimonio tan bien como atendía a sus amantes (entre ellos el juego y el ron). Enseguida hizo carrera y llegó a capataz, convirtiéndose en el hombre de confianza del noble.

La casa que se construyó en cuanto tuvo dos duros está a la orilla del mar (no existía entonces ninguna antipática ley de costas), la rodeó de palmeras verdes e hibiscos rojo sangre y plantó una buganvilla blanca que -según sus planes- trepó el porche con el tiempo y ahora le da sombra.

Y esa casa, me dicen unos primos que no conozco, me la ha dejado su padre a mi. Pero me la ha dejado con la condición de que pase allí al menos seis meses al año...

En la lectura del testamento, el notario me entrega tres fotos de la casa. En una de ellas se ve la casa de frente. Es una de esas casas que parecen de cuento, como las que hacen los ingleses o los suecos por Navidad, una casita de jengibre.

Es una casa de adobe (sea eso lo que sea) pintada de blanco y con el tejado rojo brillante. Tiene las ventanas y las contraventanas de madera, pintadas de naranja fuerte; la madera del porche está pintada de verde, del mismo verde casi que las hojas de la palmera que se mece con la brisa del mar y que le da sombra a la izquierda. El porche da a un jardincito donde la hierba está un poco descuidada,pero crece sana y sin calvas.

Aquí y allá matojos de flores que desconozco, de grandes pétalos y colores enredados, crecen alegremente sin fajas ni arandelas que sujeten erguidos. Entre esos ramos de flores, un caminito hecho con rodajas de árbol lleva hasta la cancela desconchada y sigue hasta el mar...

En la segunda foto que miro aparece lo que debe ser el patio de atrás. Es pequeño y alargado, y la parte que pega a la casa está techado de una especie de brezo muy oscuro y espeso (igual es brezo). Bajo el brezo, una mesa de madera grisácea y unas sillas que no conjuntan parecen esperar a alguien que se sienta allí a diario a comer o a tomar el té...

En la última foto se ve un lateral de la casa del que sale un techado como el del patio de atrás, sostenido por unos troncos que parecen de algo que no fueron palmeras. O alguien se molestó en pelarlas y pulirlas antes de convertirlas en vigas. El techado mantiene a la sombra un par de viejas bicicletas verdes y un más viejo todavía Cadillac dorado y polvoriento.

Las bicicletas tienen que ser rojas, pienso de forma automática mirando la foto. Y los Cadillacs viejos son blancos. Decido pintar las dos cosas en cuanto llegue. 

Porque desde luego que acepto mi legado y la condición que pone el tío Emilio, faltaría más.

Y antes de darme cuenta, ya he tomado posesión de mi casa de jengibre y he pintado el viejo Caddy y mis bicicletas.

Por la tarde instalo mi máquina de escribir en el porche, mirando al mar y a los matojos de flores, y me siento allí con un té helado --de hibisco--, que me acaba de preparar Sabine, mi nueva cocinera mestiza.

-El té es un obsequio de bienvenida de su vecina, la señora Elenjélen -me dice poniendo el té en la mesa.

¿Elenjélen será nombre o apellido?

Paso allí la tarde, sin pulsar ni una tecla, en el porche de mi casa de adobe (sea eso lo que sea), mirando el mar a través de mi jardín. He repintado también la vallita y la cancela de blanco, aquí me cunde mucho más el tiempo. Y mañana empezaré a pensar en plantar otra buganvilla -esta rojo fuego y de flor doble- y quizás poner un parterre de hierbas aromáticas a la puerta de la cocina..."

Paso unas tardes estupendas en el porche de mi casita en Barbuda, a las afueras de un pueblo que quizás se llame La Chantalle, o La Moyenne...

*     *     *

La ventaja de la imaginación es que me traslado de continente en cuanto lo pienso y nunca estoy cansada después del viaje: no registro los cambios horarios en el sueño ni tengo que comer a mis horas y a las del país a donde voy, inconvenientes de la vida real que siempre acaban pagando mis caderas.

En esas vidas no como ni duermo ni voy al toilet. En cuanto añoro mi loft en Nueva York o mi casa de Princes Street en Edimburgo, me puedo trasladar allí ipso facto desde Barbuda o Papeete sin necesidad de hacer reservas, preparar maletas, facturar, ser revisada de arriba abajo con aparatos que seguro emiten radiaciones malignas, renovar pasaporte cuando me viene peor, llevar agendas locas o arruinarme la vida y el bolsillo en billetes de primera clase (en mis otras vidas no existe la clase turista en ningún aspecto de mi vida). Tampoco tengo que lidiar con la adolescencia de los hijos, las fracturas de caderas de los padres ni las discusiones con uno o varios maridos. No tengo que contratar alarmas contra ladrones y asesinos porque en una de esas vidas el psicópata soy yo (siglo XVII en Edimburgo) y me las sé todas.

Este ejercicio de desbloqueo creativo (que es lo que en realidad es) te hace pasar muchísimos buenos ratos sin tener que plantearte si será bueno o malo para tus hijos, tu profesión o tu matrimonio, sin sentirte culpable por viajar siempre en primera o coleccionar viviendas como si fueran conchas marinas... Nada; en cuestión de desventajas no tiene ni una.

La imaginación al poder; no recuerdo quién lo dijo, pero ¡cuánta razón llevaba!

¿Qué otras cinco o seis vidas te gustaría vivir? Coge un papel y un boli y haz la lista. Luego, elige la que más te atraiga en ese momento y diséñala. No hay limite de dinero, tiempo, espacio, etc. Regodéate en los detalles, grandes  y pequeños, que adornan esa otra vida que estás diseñando. Busca fotos, recórtalas y haz un collage de esa vida. Vive un rato en ella de vez en cuando o a diario, como prefieras. Otra gente medita, reza, o hace yoga para recomponerse... ¿Por qué no vas tú a poder vivir en una pagoda japonesa una tarde? ¿O presentarte a un concurso de bailes de salón y ganar?

Además de egoísta soy bastante perezosa, y como vivir otras vidas mías no requiere ningún esfuerzo físico que me agote, esta actividad me encanta; estar sudorosa y sin aliento no es parte de mi felicidad. No me produce satisfacción, no me siento más realizada ni mejor persona; solo me pone de mal humor.

Y, lo mejor: este ejercicio tiene un tremendo poder terapéutico para ponerte de buen humor y alegrarte el día. Escribiendo este artículo he vuelto a sorprenderme cuando he encontrado en el buzón una carta que no era de Movistar, he sentido de nuevo la pena (muy poca) por la muerte del tío Emilio y el alegrón por la herencia ha vuelto a ser de aúpa. He vuelto a quedarme sin aliento al ver por primera vez mi casita de Barbuda desde el otro lado de la valla; de nuevo sin respiración cuando he vuelto a ver el mar desde el porche. Por no hablar del aroma del té de hibisco rojo sangre que no me he tenido que preparar yo (para variar)... Vamos, que me he quedado lista para el resto del día.

Creo que la imaginación es una herramienta fundamental en el asunto de nuestra felicidad. No solo por la posibilidad que te ofrece de vivir esas otras vidas ilusorias que te alegran el día, sino porque te brinda la oportunidad de vivir esta vida real de forma mucho más satisfactoria. Y la satisfacción es un punto básico en el esqueleto de nuestra felicidad.

Y hay muchas formas de utilizar la imaginación. No dejes de probar cuáles son las más adecuadas para ti.










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