domingo, 22 de marzo de 2015

¿El hábito hace al monje? (I)

¿Quieres tener un gran imperio? Impera sobre ti mismo.
Publilius Syrus, poeta dramático romano 


Los hábitos, como las creencias (*), son caminos cómodos por lo trillados que controlan nuestra vida a niveles que da miedo sopesar. Un hábito es, sencillamente, algo que has hecho las veces suficientes como para que, en un momento dado, la cosa acabe por hacerse automática, sin que en ello tenga que intervenir tu voluntad, atención o empeño.

Así que, sí, en contra de la creencia popular, el hábito sí hace al monje, sí...

Siempre que le sea posible, nuestra mente convertirá un comportamiento en hábito pues con ello ahorra una energía (esfuerzo y tiempo) que, empleada en otros menesteres, nos capacitará en mayor medida para lidiar con esos otros asuntos más complicados, novedosos o urgentes de nuestro día a día. Los hábitos evitan que tengamos que esforzarnos para tomar decisiones, sopesar alternativas o tener que espolearnos a nosotros mismos para ponernos en marcha cada vez que queramos o tengamos que mover un pie.

Los hábitos nos facilitan la vida y hacen desaparecer mucha confusión diaria. Como no tenemos que pensar acerca de los muchos pasos que hay que dar para cepillarnos los dientes o ponernos un café por la mañana, podemos pensar en los problemas logísticos que nos presenta la caldera que no se enciende. De la misma manera, cuando nos sentimos preocupados o nos exigimos demasiado a nosotros mismos nuestras rutinas evitan que la ansiedad se nos vaya de las manos. Muchas de las investigaciones que se han llevado a cabo sugieren que la gente se encuentra más cómoda y con más sensación de control cuando su comportamiento se basa en cierta medida en los hábitos.

Al igual que las creencias bien arraigadas en nuestra mente, los buenos hábitos nos encaminan a una buena y cómoda vida sin que tengamos que pensar en lo que hacemos de forma consciente y aburrirnos con planificar y empeñarnos en tareas diarias que nos convienen (cepillarnos los dientes, ponernos las gafas, ir al trabajo, darle la cena al niño). Por ser trillados, los caminos por los que transitamos por hábito son comodísimos y facilísimos de seguir. No tienes más que poner un pie al comienzo de ese camino para que el camino se ande solo; te deslizas que da gusto por la senda que te ha marcado el hábito, y sin necesidad de preguntarte o planificar cómo y cuando terminará esa senda. 

De la misma forma, los malos hábitos nos amargan la vida pues nos llevan, si no andamos listos, por caminos que, antes o después, nos arrepentimos de seguir. Los malos hábitos nos llenan de frustración; nos llevan --con toda facilidad-- a comer, beber, gritar o flagelarnos más (todavía), así como a abandonar y dejar para mañana el poner en marcha nuestros buenos propósitos o propósitos que, sin duda, nos beneficiarían. Aunque, sorprendentemente, la ansiedad no nos hace necesariamente caer en los malos hábitos. Cuando estamos cansados o ansiosos volvemos a caer en nuestros hábitos, sean éstos buenos o malos.

Para bien y para mal, nuestros hábitos son el esqueleto invisible de nuestra vida diaria. Se sabe que el 40% de nuestro comportamiento se repite casi a diario, y en su mayoría lo hace en el mismo contexto. Mi porcentaje creo que es aún mayor: me despierto a la misma hora cada día (sea martes o finde); a la misma hora me preparo el primer café y lo disfruto en el mismo rincón mirando el jardín con mi primer cigarrillo mientras dejo que mis ideas vayan y vengan; me lavo la cara y vuelvo a subir al mismo rincón para leer un rato; siento el mismo placer solitario cada día a esa misma hora en que aún no se ha levantado nadie más y salgo a andar cada mañana también a la misma hora...

El hábito hace, definitivamente, al monje. Pero el monje no tiene que pasar, necesariamente, toda su vida con el mismo hábito. Por suerte, lo puede lavar, zurzir, remozar e incluso hacerse uno nuevo si el que ha llevado hasta ahora se le ha quedado pequeño, se ha roto de forma inarreglable o se ha ensuciado de forma irreparable.

Pero ¿qué ha de hacer el monje para darle un aspecto de nuevo a su hábito y, en consecuencia, tener un aspecto remozado él mismo? ¿Qué hacer para adquirir otro hábito nuevo, o todos los que quiera, y hacerse con un vestuario de lujo?

Viendo que nuestros hábitos son los que dan forma a nuestra vida diaria --en gran medida-- es posible que cambiar algunos de ellos y reforzar otros dieran a nuestra vida una forma mejor, más a nuestro gusto. La buena noticia es que los hábitos pueden cambiarse; aunque cambiarlos es simple, no es fácil hacerlo. Pero es posible, que ya es  mucho, cambiar todos los que quieras y adquirir otros nuevos.

Como toda nueva disciplina en nuestra vida, el asunto de cambiar, remozar, eliminar o adquirir hábitos requiere un proceso y unos pasos a dar. 

1) Sé consciente (aunque aún no hagas nada al respecto) de que el 92% de la gente se pasa la vida luchando contra sus malos hábitos (crítica, autoflagelo, frustración, nuevo intento rabioso) en lugar de observarlos; no estás solo en esto. Es un consuelo saber que no eres pionero en el tema :-D

2) Observa con objetividad tus hábitos --tanto los beneficiosos como los perjudiciales-- para conocerlos bien (solo venceremos al enemigo conociéndolo a fondo --y eso sirve para todo en la vida, lo sepas) y apunta, apunta y apunta cualquier pista que salte y llame tu atención. Un pequeño cuaderno dedicado exclusivamente a ello será una gran ayuda y un gran consuelo. Junto con el hábito recién descubierto, puedes apuntar en qué te consuela, conforma, alivia, machaca o flagela tu hábito.

3) Una vez bien conocido el enemigo, decide qué quieres hacer con él. Sin estrés y sin prisas (que para nada son buenas) mira a ver si te interesa cambiar, alterar o eliminar el hábito foco de tu estudio  y qué medidas concretas necesitarías tomar (y apunta todas tus conclusiones en el "diario habitual").

4) ¿Qué hábito echas de menos en tu vestidor que te vendría bien para cualquier evento? Me refiero a ese little black dress de tu fondo de armario habitual que sienta como un guante y que sirve para prácticamente cualquier ocasión (a diferencia de ese amado trapajo marrón atado a la cintura con una soga al que te aferras día y noche). 

Dedica un tiempo a observarte sin alzar el látigo ni la cruz y, sobre todo, sin dejarlos caer en tus ya enrojecidas espaldas y verás cuántas cosas descubres que podrías utilizar a tu favor en lugar de en tu contra.

Muchos --y muy a menudo-- tenemos la mala costumbre de ser nuestro peor enemigo en batallas importantes y menores, por lo que es imprescindible que nos conozcamos bien a nosotros mismos si queremos vencernos y cambiar cualquier hábito de nuestra vida. Así que, por lo menos, hagamos el esfuerzo de observar cómo y cuándo nos comportamos de la forma que sea y ver por qué lo hacemos. 

Tenemos la obligación de reconocer que merecemos al menos la misma atención y observación que ese otro peor enemigo de nuestra vida en el que no paramos de pensar y al que no paramos de desear maldades (¿nuestra suegra? ¿nuestra compañera de trabajo? ¿nuestro jefe? ¿la manía que tiene nuestro marido de traer invitados a comer sin avisar? ¿la preocupante costumbre de nuestro hijo adolescente de hacer pellas y luego negarlo?). Cuanto mejor nos conozcamos mejor nos "manejaremos" a nosotros mismos y a nuestra vida (y a los demás :-D). Puntazo.

La población mundial está divida, según Gretchen Rubin (The Happiness Project) en cuatro tipos de "habituales": los Defensores, los Inquisidores, los Complacientes y los Insurgentes (o Rebeldes).

Aunque los veremos en detalle la próxima semana, te adelanto que, a lo largo de la vida y debido a circunstancias concretas, has podido cambiar de un tipo a otro, y puedes volver a cambiarlo cuando quieras. Estudiándome a fondo descubrí que yo me autoformé como Rebelde y hace ya muchos años me convertí en Inquisidor, lo cual ha beneficiado muchísimo a mi vida y mucho a la de mis seres más cercanos. :-D

¿Tienes idea de a qué tipo de habitual perteneces tú?



(*) Una creencia es un hábito mental: un pensamiento que hemos pensado las suficientes veces como para que lo demos por verdadero y/o cierto.

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