jueves, 20 de noviembre de 2014

Vulnerabilidad: Vivir a todo corazón


--Y tú, Rosa, que no dices nada, ¿tienes el mismo problema con la hora de acostarlas?

Tacháaaaaaan.

Todo empieza en el patio del colegio, charlando con otras madres de niños que, como los tuyos, a los tres años tienen sus propias opiniones respecto a todo lo que les concierne, especialmente horas de comer, tipo de comida, horas de acostarse y cómo acostarse, cuándo bañarse y con cuántos patitos bañarse. Ains, qué mal rato al principio, diosssssss. Han pasado veinte años y aún lo recuerdo. Pero descubrí el secreto de reciclar ese rato en un momento de paz.

Barajé posibilidades, tengo que confesarlo. Podría a) decir que sí, y hermanarme con las desgraciadas mintiendo; o b) decir la verdad, la vergonzosa verdad verdadera que hace que mis hijas se vayan a la cama sin mayor problema: permito que mis hijas se metan en la cama disfrazadas y con los zapatos puestos.

Temía que la gente pensara que soy una madre horrible, descuidada y antihigiénica, por no hablar de locura, si me atrevo a confesar. Pero, aún así, decido: "mira, lo digo y me lo quito de encima; cuanto antes se enteren de quién soy en realidad, mejor".

Así que miro a los ojos a las otras madres, tomo una respiración profunda y elijo la segunda variante.

--Se acuestan disfrazadas de gitanas, de princesas, de pollito o de hadas. A ellas les gusta y a mí no me importa. Estoy agotada siempre a esa hora y he decidido luchar solo las guerras importantes --me precipito a justificar mi debilidad, hablando muy deprisa.

Para mi pasmo, una de ellas me sonríe, me abraza y me dice que me ama locamente. También se ha educado como madre con el libro de Libby Purves, "Cómo no ser una madre perfecta", pero sólo de pensamiento. Somos prácticamente iguales, solo nos diferencia un detallito: ella no se atreve a poner casi nada de la Purves en práctica y yo sigo a rajatabla sus sugerencias e, incluso, voy más allá. Estoy demasiado cansada todo el día como para andarme con pijadas y perfeccionismos.

Sin ninguna duda, unos años antes habría mentido como bellaca y habría dado consejos inútiles por lo irreales y poco prácticos; habría mantenido el tipo mostrando una película de niñas repeinadas, recién bañadas, bien cenadas y encantadoras que, a la orden de irse a la cama, mutaban en monstruosos gremlins de malas ideas propias, cuando la realidad era que mutaban en hadas, pordioseras agitanadas, bailarinas o chulapas sonrientes. Por suerte, el agotamiento de la crianza, mi sentimiento de culpa por no jugar con ellas a tiendas y mi pereza genética me hizo mucho más práctica y dejé de ser vulnerable al qué dirán, precisamente porque no me importaba mostrarme vulnerable en los más vergonzosos temas.

Tras el positivísimo feedback  de la otra madre imperfecta, me vino a la mente que quizás debería dejar que mis imperfecciones salieran a la superficie más a menudo también en asuntos no maternales...

Para la mayoría de los humanos, sin embargo, mostrar nuestros fallos y flaquezas o confesar algo de lo que nos avergonzamos (como dejar que mis hijas se acostaran vestidas de Cleopatra con pendientes de gitana y zapatillas de cuadros), es arriesgado. O así lo percibimos al menos. Según Brené Brown, cada vez que bajas la guardia estás creando una oportunidad para tí mismo (de amistad, de conocimiento, de aventura o de lo que sea), aunque por supuesto con excepciones sensatas. Me coloqué en esa posición de forma consciente hace ya muchos años, aunque sin por ello perder de vista que hay situaciones en las que mostrarte vulnerable es poco sensato (cuando tu jefe está buscando un/a cabeza de turco, durante las primeras citas de lo que sea --romántica, de trabajo o primer encuentro con los que serán tus suegros un día-- o en situaciones físicamente peligrosas (si te sientes en peligro ante alguien, sal de ahí rápido).

Brené Brown es una investigadora social que ha dedicado más de doce años de estudio a la vulnerabilidad, la vergüenza y el desmerecimiento con resultados cuando menos curiosos (para mí impactantes) que nos cuenta en su libro Daring Greatly (algo así como un juego de palabras entre Atrévete a lo grande y Es de importancia vital que te atrevas).

Mi más sobresaliente descubrimiento en este asunto es que la vulnerabilidad (nuestra idea de ella) está ligada a lo que pensamos que son nuestras sombras más oscuras: vergüenza, imperfecciones, debilidades de carácter... En fin, toda esa clase de cosas que nos aterra que otros descubran que son parte de nuestro verdadera yo y que pensamos que los otros no tienen. Igual que nunca nos mostraríamos en público con la bata de guatiné, nos resistimos a mostrar lo que pensamos que son nuestras flaquezas, cuando en realidad el otro también está deseando quitarse la faja. ¡Qué alivio!

¿Qué piensas de esto?

¿Crees que mostrarte vulnerable hará tu vida más fácil, menos encorsetada? ¿Debemos evitar a toda costa que otros descubran nuestros miedos y flaquezas? ¿Tus vergüenzas son reales? ¿O tus temores? ¿Tus imperfecciones son únicas en el mundo en el peor sentido? ¿Vale la pena vivir con el corazón escondido o es mejor vivir a pecho descubierto? Ains, qué dilema...

Ayer mismo Almu Sanchís me dió un consejo inteligentísimo: "Tú a lo tuyo que es escribir cada vez mejor y déjate de pensar en qué dirán los otros". Joeeeeee, consejazo.

Seamos lo que seamos o lo que pensemos que somos, está bien así. Posiblemente, cada día lo haremos mejor, pero si un día damos un paso atrás, también está bien. De este modo evitaremos espantar a nuestra felicidad a cada paso que demos y cogerá más confianza, acercándose cada día un poquito más a nosotros.

We are enough yet, como dicen los americanos.

Y llevan más razón que un santo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario