domingo, 6 de julio de 2014

Pinto, pinto, gorgorito...

Las decisiones importantes siempre me provocan sueño,
quizás porque sé que tendré que tomarlas por instinto,
aunque los otros siempre me dicen que he de tomarlas reflexionando.
Lillian Hellman


Nunca he visto clara la relación reflexionar-inteligencia, o reflexión-madurez, o reflexionar-tener-éxito-seguro. Es más, en muchas ocasiones en que he reflexionado más de una tarde sobre la toma de una decisión he acabado con una lista de ventajas de dos líneas y una lista de desventajas de cincuenta renglones... Y no he hecho nada al respecto, o he tomado la que me parecía más segura y que resultó ser la equivocada. Como consecuencia, lo único que cambiaba en mi vida era mi desesperación y malestar, que crecían proporcionalmente al rato que pasaba contemplando en mi imaginación todas las aterradoras posibilidades de cualquiera de las alternativas.

Un día llegué a la conclusión de que morir de terror cada vez que pensaba en la posibilidad de un cambio importante en mi vida era muchísimo peor que aterrarme únicamente en el momento del cambio real. Sigo viva  y contenta. (Y eso no significa que no haya metido la pata, pero no he vuelto a sufrir esas repetidas agonías interminables. Me he recompuesto y he seguido adelante echando mano de la resiliencia humana que todos llevamos incorporada en mayor o menor grado).

Siempre sabemos lo que tenemos que hacer. Aunque nos resistamos a hacerlo.

Cinco segundos antes de que se nos plantee cualquier dilema sabemos cuál es la elección correcta, pero hemos aprendido a no fiarnos de nuestra intuición, de la inteligencia natural (y animal) que traemos de fábrica y que hemos dejado de lado, despectivamente, como "cosas de mujeres".

Dejando de lado nuestra inteligencia intuitiva hemos perdido no solo las mujeres -en el intento de que no traten despectivamente nuestro supuesto intelecto cultivado-; los hombres han perdido, y mucho, porque ellos también traen esa inteligencia de fábrica y la niegan setenta veces siete, no vaya a ser que los tomen (y tachen) de nenazas... A pesar de que esa inteligencia es la que les permitió salir por patas de las fauces de un león, de probar a ver qué pasaba si se frotaban dos piedras, o un chico con una chica, sacarle punta a un palo largo y lanzarlo al corazón del enemigo, etc.

El humano tiende a buscar su lugar en el mundo y a establecerse. Excepto para las personas aventureras y necesitadas de cambios continuos y excitantes, para el resto de los humanos la tendencia es hallar nuestro propio "cuartel general de operaciones" desde el que movernos todo lo que queramos y al que luego poder volver (si queremos).

Pero, pero, pero... Cuando mantenernos en un mismo lugar afecta continuamente nuestra salud y nuestra felicidad, debemos mirar de cerca el por qué real de mantenernos donde estamos a cualquier precio.

La vida es un perpetuo acto de equilibrio entre guardar y tirar, agarrar y dejar ir, quedarnos donde estamos y mudarnos a otro lugar (sea éste físico, mental, emocional o todos a la vez). Y para ello nos esforzamos sinceramente en hacer las elecciones correctas para nosotros. Pero... ¿cómo sabemos cuándo es realmente el momento de dar un paso hacia adelante en nuestro camino? ¿O hacia la izquierda o derecha?

Una gran parte de nuestras relaciones, trabajos e incluso las ciudades donde vivimos tienen fechas de caducidad. Algunas veces nos quedamos donde estamos -aún sabiendo que ya es hora de moverse- por temor a no ser capaces de adaptarnos a los cambios necesarios que implicarían tomar otro camino hacia unlugar mejor. Por desgracia, es muy popular y siempre damos por cierto el dicho de más vale pájaro en mano que ciento volando y, en consecuencia, el resultado sigue siendo el mismo: más dolor, más frustración y... arrepentimiento.

Aunque la regla general es que si algo te da mucho la lata es hora de cambio y que el primer pensamiento es el que vale, si tienes una cierta tendencia al perfeccionismo y deseas un mínimo de seguridad de que el resultado será el adecuado, hay maneras de corroborar lo que nos dice nuestra intuición.

Tenemos una mente consciente que nos ayuda a resolver de forma eficaz, desde nuestra propia lógica (que es la importante para nosotros), lo que nos dice nuestra sabia intuición. Sólo tenemos que hacernos un par de reflexiones y tomaremos las decisiones correcta para nosotros: 

¿Son nuestras dudas las que nos están forzando a quedarnos donde estamos (y como estamos)? El hecho de que tengamos miedo al cambio no significa que estemos en peligro; solo significa que tememos el cambio, salir de nuestra zona de confort (tan de moda ahora) y no saber el resultado final en este mismo instante. El hecho de que temas fracasar o fallar no significa que lo vayas a hacer; solo significa que temes meter la pata. Mira más allá de tus dudas y miedos; a pesar de lo que te cueste salir adelante, nunca tires la toalla contigo mismo, nunca. Eres más valiente de lo que crees, más fuerte de lo que pareces, más hábil de lo que piensas y dos veces más capaz de lo que nunca hayas imaginado. Y eso es una verdad incontestable (pero el temor te hace sentir vulnerable, débil y torpe; por eso el miedo paraliza siempre).

¿Están el resentimiento o la envidia jugando sucio con nosotros? El resentimiento aparece cuando sentimos que el mundo, la vida, o los otros nos deben algo y no nos lo dan. Por otro lado, el perdón (a nosotros mismo o a otros) aparece cuando tenemos la suficiente confianza como para utilizar nuestras piernas y dar un paso adelante. Para dar ese paso debemos saber por qué sentimos de la forma que sentimos en este momento, aceptarlo y dejarlo ir; ya no necesitamos ese rencor o envidia. Tenemos nuestra propia vida que vivir; no la entorpezcamos pensando en la vida de otros. Dejemos atrás el pasado después de haberlo aceptado, que ya pasó. Dejémoslo ir y empujemos a nuestro espíritu hacia adelante reclamando nuestros sueños y estableciendo nuestras buenas intenciones de forma clara y decidida sabiendo que son buenas.

¿Hacemos lo que hacemos basándonos con frecuencia en las expectativas de otros? Merecemos ser felices por el mero hecho de ser y estar vivos; no necesitamos más laudes que esos. Merecemos vivir una vida que nos provoque sentimientos de curiosidad, excitación, pasión, alegría, vértigo y satisfacción. No podemos permitir que las opiniones de otros nos hagan olvidar eso. Si padres o maestros, o amigos o conocidos nos dijeron que no valíamos, que no llegaríamos, que la vida es un difícil valle de lágrimas que atravesar, tenemos que reconocer que eso no es cierto y dejar de ponernos obstáculos. Ellos no van a vivir nuestra vida así que tendremos que hacer lo necesario para vivirla nosotros de la manera más feliz según los deseos de nuestro corazón y no según los deseos de las mentes temerosas de otros. No estamos en este mundo para cumplir las expectativas de los demás y no debemos sentir que otros están en nuestra vida para cumplir las nuestras; es una carga demasiado pesada. No debemos nada a nadie y nadie nos debe nada. De hecho, cuanto más apruebes las decisiones que tomas acerca de tu propia vida, menos aprobación necesitas de cualquier otro.

¿Al sopesar nuestra toma de decisión somos más conscientes de los contras que de los pros? ¡Cuidado! Eso es peligroso. Todo tiene sus pros y sus contras y, si me dieran a elegir, me empeñaría en ver más los pros porque los contras tienen unos efectos secundarios devastadores: me llenan de miedo y me paralizan, me impiden ver las enormes posibilidades de la alternativa que estoy contemplando (son siempre muchas y buenas), hacen que no vea salida airosa posible de la situación y son los causantes de que, una vez tomada la decisión desde ese punto de vista, me arrepienta casi inmediatamente de lo que he elegido, llenándome de rencor hacia mí misma y causándome mucho más dolor del que conlleva per se una elección difícil...

Esas dudas, temores, resentimiento y envidias posiblemente vengan de un pasado al que aún estamos atados. No dejemos que nuestro pasado (que ya está pasado) dicte quiénes somos hoy; y el hoy es parte de quiénes seremos mañana, cuando ese hoy ya sea pasado también. No tenemos otra manera de saber lo que vendrá mañana más que soñándolo y trabajando por ello. Sin arrepentimientos, sin mirar atrás; sencillamente viviendo y yendo hacia adelante. Y eso es precisamente lo que hace que la vida sea, si así lo decidimos, un viaje excitante y valioso.

No te apegues a personas que no quieran estar contigo, a circunstancias que no sean las tuyas. Lo único que verdaderamente es valioso en nuestra vida son las personas que sabes (porque siempre lo sabes) que están contigo en los tiempos difíciles y que se ríen contigo cuando esos tiempos difíciles han pasado y las circunstancias que te dan verdadera alegría (y no solo ausencia de temor, como puedan ser los retos que te planteas y que deseas pero temes). El miedo solo se supera enfrentándolo. Y el nirvana para siempre jamás no existe, porque tus deseos y anhelos siempre serán más y más y siempre te producirán cierto vértigo al principio. Es ley de vida.

Así que para evitar el quedarte en situaciones tóxicas que ya no deseas pregúntate si algo de lo que has leído más arriba es aplicable a la toma de tus decisiones. Consulta con la almohada, como decían nuestras abuelas, y tendrás la respuesta.

Y, sea la que sea la decisión que tomes, una vez tomada deja de pensar si habrás hecho bien o no, qué habría sido de ti si hubieras tomado la otra, etc... Responsabilízate de ella y actúa de la mejor manera que puedas (la que te de más alegría y satisfacción dadas las circunstancias) recordando que siempre, siempre, puedes tomar otra decisión diferente en el momento en que lo desees y volver a cambiar tus circunstancias. Nada tiene que ser para siempre (y casi nunca lo es).

Aunque esto sea consuelo de tontos es consuelo al fin: ten por seguro que todos estamos en lo mismo, que todos pasamos por donde tú estás pasando ahora, que todos hemos sentido el mismo vértigo y nos hemos visto en la misma disyuntiva. Y seguimos vivos. :-D

Nadie ha muerto, que se sepa, por tomar una decisión (aparte de la de pegarse un tiro o no hacerlo); nadie ha sido condenado a perpetuidad a no volver a ser feliz por tomar una decisión; nadie ha perdido nada irreparable para siempre jamás por tomar una decisión. Todo es reparable, sustituíble y remediable. Todo.

Recuerda siempre: si no se hubieran tomado decisiones "arriesgadas", el hombre no andaría erguido; no existiría el fuego ni las pirámides de Egipto; no tendríamos agua corriente ni luz eléctrica; no se hubiera descubierto ningún nuevo mundo y no existirían las competiciones de salto con pértiga ni los puentes de Segovia y Brooklyn.

Y eso sería una lástima.

2 comentarios:

  1. Una entrada para estudiarla, memorizarla y repasarla cada poco tiempo (día sí y día también). Gracias ;-). Besos! Rakel

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  2. Estoy de acuerdo con Raquel, he disfrutado mucho leyendo este artículo. No solo es un consuelo recordarse estas cosas de vez en cuando, sino que también te ayuda a recuperar la perspectiva :-)

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