jueves, 8 de mayo de 2014

Felicidad Conyugal (I): Advertencias de un padre anticuado



Todas las familias felices se parecen entre sí;
las desgraciadas son infelices a su propia manera  (
León Tolstoi)

Hijo, me dice tu madre que te casas...
No quiero preocuparte pero sí advertirte que lo pienses bien (con la cabeza). Las mujeres son especímenes únicos en todo el Universo, al parecer creadas con el fin único de poner a prueba al hombre. Antes de poner fecha y comprar el anillo reflexiona sobre la felicidad conyugal a la que te condenas.
Pronto comprobarás que esa mujer tiene un potencial único para volverte loco. Y ese potencial lo hará efectivo solo una cosa: tú. No consideres estas palabras alegremente; no las descartes de inmediato. Cuando una mujer se casa cae en la cuenta de que, sorprendentemente, tendrá que convivir con su marido, y ese es el factor que desencadenará tu desgracia. Al día siguiente de la boda tu  mujer se mostrará tal como es en todo su esplendor: un ente agresivo-muypasivo-depresivo-compulsivo-obsesivo-soñador. Tú no lo sabes pero has provocado ese despliegue de personalidad múltiple porque le estás creando a tu mujer un complejo de inferioridad. Y ella, desde luego, cree que lo haces para humillarla.

Hijo, la naturaleza decidió por nosotros y, por el motivo que sea, nuestros bíceps son más fuertes, nuestra zancada es más larga, nuestra fuerza física es enorme y corremos más rápido que las mujeres. Además, nuestros colmillos están más afilados, podemos contener el aliento bajo el agua más tiempo que ellas y colgarnos con un solo brazo de una rama a la que la mujer ni siquiera puede trepar. En lugar de sentirse segura y protegida a nuestro lado —y agradecida— ella le da la vuelta a este asunto (lo hará con muchos otros también) y lo convierte en una amenaza; por lo que a partir de ahora, y en lo que respecta a ti, vivirá cada minuto en estado de alerta defensiva.
A pesar de todo, por esa cualidad inigualada en el mundo natural por otro ser, a esto también le dará la vuelta en su misterioso cerebro (nadie ha descubierto aún cómo funciona) y verá todas estas cualidades varoniles como una sorprendente semejanza entre su marido y los primates. Esto le confirmará lo que siempre sospechó: que en la escala de la evolución humana ella supera de forma considerable al hombre —recuerda que ella cree que desciende de las rosas en flor.
Se defenderá de tus supuestos asaltos con sus armas de mujer: brazos, piernas, codos, rodillas, uñas y dientes que, en una fémina, están pensados únicamente para protegerse de ti. También cuentan con sus cuerdas vocales, muy diferentes de las nuestras. Las suyas no solo pueden hablar, también gritan, chillan, sisean, gimen, gruñen, susurran palabras que inventan sobre la marcha, braman y plañen de forma sorprendente (y sorpresiva). También son lanzadoras efectivas si bien su puntería es poco certera. Pero su habilidad para lanzar platos de la mejor porcelana, jarrones carísimos, ajedreces de marquetería, taburetes de marfil y gatos persas de concurso —y destrozarlo todo en un segundo— es insuperable.
Cuando tu mujer esté en la misma habitación que tu madre su estado de alerta defensiva pasará al de estado de alerta máxima (y tu madre también). Lo pagarás (de forma inmediata) cuando volváis a estar solos. Solo encontará tregua a su estado de sufrimiento infinito en compañía de su peluquero y/o su amiga Lola (quizás también con Maribel).
En su inexcrutable cerebro —más pequeño pero más complejo que el nuestro— hay zonas que producen excusas para todo; envían mensajes que solo entienden diversas partes de su cuerpo (apretar el acelerador a fondo cuando quieren frenar, por ejemplo); existen células de memoria únicas que la ayudan a olvidar casi todo lo que tienen que hacer, y su unidad especial más misteriosa es de tipo policial: conjeturar acertadamente dónde estuviste anoche y con quién.
Ante un problema, tú lo defines, lo solucionas y punto pelota. Pero tu mujer es mucho más cuidadosa con los detalles: se preguntará que si lo podrá conseguir a  mitad de precio, si sus amigas lo aprobarían, si debería dejar que tú creyeras que la idea fue tuya; se preguntará también si eso es cosa de mujeres y qué pensará Marisa de ello; o Maribel. A mitad del proceso de solución se dará cuenta de que hace un día estupendo y se preguntará si está de humor para ponerse sombrero o turbante; no sabe aún si debe cardarse el moño y se cuestionará —centrándose por un segundo— cuál era exactamente el problema para, de inmediato, pensar que está envejeciendo. Luego mirará a la monada que le está haciendo la manicura y sabrá que sus pestañas no son naturales, se preguntará qué pensará su madre de su nuevo corte de pelo y concluirá que es mejor consultar todo este asunto tan feo con Rudolf,  su peluquero —y no te hagas ilusiones: nunca te abandonará por él—. Finalmente, llena de energía renovada, dejará en manos de ese peluquero la solución definitiva del problema. Aunque, ¿cuál era el problema? Bueno, ya se acordará cuando Rudolf de con la solución.
Tu mujer espera que le demuestres afecto, tiene derecho a ello, al menos de vez en cuando: cuando vayáis andando por la calle, cuando estés leyendo el periódico o te dispones a ir al fútbol con tus amigos, cuando estáis en el cine, cuando estáis delante de una mujer más guapa que ella o cuando vais en el ascensor con otras quinientas personas. Obtendrás más puntos positivos si las muestras de afecto y dedicación las haces en público; por lo general, y por  motivos que desconozco, las muestras de afecto en privado son rechazadas con frecuencia. Una vez casada, también espera que la escuches atentamente sin darle instrucciones y le des abrazos sin sexo. A veces, sobre todo al principio, te preguntarás si ella te ama. Sí, ella se casó contigo por amor y ama todo lo tuyo: tu Rolls, tu casa en París, tu piscina olímpica, tu gordísima cuenta bancaria (y todas las posibilidades de ésta)…
Nosotros soñamos con una rubia despampanante que nos dice a todo que sí y con que gane el Madrid la copa.
La mujer sueña con cosas mucho más elaboradas: ser amante del peletero o del joyero más famoso de España; ser la viuda del hombre más rico del mundo; que la metas en El Corte Inglés por sorpresa —o mejor, en Harrod´s— y le digas compra lo que quieras, cariño, no hay límite; sueña con ser la única mujer en un bote salvavidas lleno hasta los topes o con que el Scientific Institute of Oklahoma le ponga su nombre a una estrella supernova recién descubierta —o mejor, a un planeta en el que hay vida humana—; también sueña con que ha contratado una limpiadora, una cocinera, dos niñeras, chófer y mayordomo que tú pagas encantado felicitándola por su buen tino al hacerlo; o peor: que tú te haces cargo del cincuenta por ciento de las tareas domésticas. Con frecuencia sueña que, utilizando todos los medios de comunicación masiva del país de forma simultánea, declaras públicamente que no hay en el mundo otra esposa como ella y agradeces cada día haberla conquistado. A veces, aunque pocas, sueñan con salir ahí afuera y ganar el Premio Nobel de Química; total si la Curie pudo… Y no consideran un obstáculo en absoluto el hecho de estar estudiando la carrera de Historia (que dejará a medias cuando se quede embarazada).
Si cumples sus sueños —y no vale con el empeño, tienes que hacerlos realidad— tienes asegurado un buen sexo y paz en casa. No puede pedirse más; tardé más de treinta años en descubrirlo.

Piénsalo bien, hijo.
Te quiere, papá.

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