sábado, 3 de agosto de 2013

Psicología de la felicidad: Optimismo aprendido

Solo existe un principio motriz: el deseo.
Aristóteles

¿Quieres ser feliz? ¡Pues resulta que puedes! Basta con que tengas un deseo fuerte y empeñes tu vida en el objetivo de tu propia felicidad...

Ahora, además, sabemos más cosas: que la felicidad existe, que es una buena cosa y, lo mejor, ¡nos dicen los científicos del campo de la psicología formal que ya es un hecho probado que podemos aprender a tenerla! 

Pues, sí... Resulta que los nervios y la expectación que me producía la espera de la charla con  la psicóloga española Encarna Nouvilas estaban más que justificados. El encuentro valió cada uno de los días que me tomó atreverme a proponer el encuentro que, amablemente, ella aceptó sin rodeos.

Hasta ahora no había mirado la felicidad desde el punto de vista científico -ni siquiera el de los profesionales de la psicología práctica-  más que para leer aquellos doscientos libros que devoré en tiempos buscando la mía propia, y para desecharlos de inmediato como algo que no tenían que ver nada conmigo ni con lo que  yo esperaba encontrar. Como hago con todo lo que no me produce una gran revelación vital en el momento; qué le voy a hacer, soy de grandes dramas y escenarios de cortinas de rojo terciopelo.   :-)

Comimos en mi casa, donde ni martillos neumáticos (¿pneumáticos?) ni soles abrasadores me distraerían, pudiendo, así, concentrar toda mi atención en la interesantísima charla que se presentaba en mi futuro inmediatísimo con Encarna. La comida sencilla, más que nada por no tener que estar todo el rato pásame esto o te sirvo de aquéllo... Cada una nos íbamos sirviendo de lo que había en la mesa sin tener que dejar de hablar de cosas interesantes. Como tampoco bebemos alcohol  ninguna de las dos, eliminada quedó también el ¿te sirvo un poco más de vino? ¿con casera o sin?... Una botella de agua encima de la mesa, y más nada. En ocasiones (pocas) casi creo que menos es más, y esta fue una de ellas. Quiero puntualizar que todo lo que aquí escribo es lo que yo entendí de nuestros hablares, no necesariamente lo que ella quería significar (para minimizar riesgos, también eliminé de la situación el constante interrumpir a que soy tan aficionada para aclarar puntos que, en principio, me pareció entender bien :-D). Un éxito, vaya.

*   *   *   *

De mi conversación con Encarna Nouvilas (investigadora y profesora universitaria en activo), entendí que hasta hace relativamente poco -un par de décadas, no más- la psicología no se había ocupado activamente de la búsqueda de la felicidad del humano, sino de su curación en casos de necesidad. Hace quince o veinte años íbamos al psicólogo solo cuando realmente había motivos para pensar que habíamos perdido la cabeza. Mi madre, pionera en esto como en tantas otras cosas, debía de ser la única hace cuarenta años que iba al psicólogo precisamente para no perderla. Ella lo llamaba higiene mental.

Pues bien, desde hace un par de décadas aproximadamenete, la psicología formal acepta (a veces aún a regañadientes) que es posible hacer algo para luego no necesitar urgentemente a sus profesionales, y que se puede prevenir la infelicidad e incluso conseguir la felicidad de forma consistente. Otra cosa que me dejó loquísima es saber que la depresión -por poner un ejemplo- puede estar producida por desequilibrios químicos en el cerebro, sin más necesidad de malos tratos, infancia perra, padre o madre bipolares o matrimonio frustrante. Casos en los que, sin los adecuados fármacos, no hay cante, baile o rezo que tenga mano para hacer del deprimido químico un ser feliz... Hay que tener eso también en cuenta.

Desde los años noventa, por fortuna, la cosa ha cambiado, y mucho. Hombre, no es que ya no necesitemos a los profesionales porque se ha descubierto la clave general de la vida, pero ahora existe de forma oficial una rama de la Psicología formal llamada Psicología Positiva, que nos muestra el asunto desde un punto de vista mucho más esperanzador. Y dos de sus más eminentes representantes son dos psicólogos norteameamericanos (cómo no), un chico y una chica :-). Diferentes, pero lo mismo...

Martin Seligman (Albany, N. York 1942) estudió sus primeros años en escuelas públicas de su ciudad y se graduó en Filosofía, summa cum laude, en la Universidad de Princeton. Luego, de tres o cuatro opciones que le ofrecieron diversas universidades del país, eligió la de estudiar Psicología en la universidad de Pennsylvania, donde se licenció en 1967. Y donde sigue hoy investigando y dando clases.

De su trabajo en esa universidad y de las investigaciones que realizó en los primeros años después de su licenciatura, salió uno de los artículos más controvertidos en la historia de la psicología moderna: La Indefensión aprendida (controvertido porque, al parecer, se experimentó con animales y la tortura a éstos fue la que permitió dar a luz una teoría que sirve, aún hoy, a nuestra felicidad).

Fué el co-redescubridor, junto con Christofer Peterson, de las seis virtudes atemporales que especificaron y explicaron en las conclusiones de su investigación tituladas Fortalezas de carácter y Virtudes (¿ya está aquí otra vez nuestro Tomassino d´Aquino?) y que se basa en la idea de fijarse en lo que puede ir bien en la vida o en una situación complicada cualquiera, al contrario de la moda hasta entonces, liderada por el Manual de Diagnóstico y Estadística de los desórdenes mentales, que miraba siempre todo lo que puede ir mal. ¡Qué estrés! Ya sabéis, eso ya es poquísimo inteligente; nada de mirar de reojo ni de calcular por dónde nos puede salir el enemigo... :-)

Estas virtudes, sin orden jerárquico según Seligman (es decir, todas de igual importancia) son la sabiduría/conocimiento, la humanidad (sea eso lo que sea), el coraje, la justicia, la templanza y la transcendencia (oooops, no poseo casi ninguna). Según Seligman, todos las poseemos en mayor o menor medida y solo tenemos que descubrirlas.

El esqueleto que articula Seligman para la buena vida (en el sentido de feliz) consta de cinco elementos:  Emoción positiva (alcanzable mediante el recuento diario, por escrito a la hora de irse a la cama, de tres cosas que han ido bien en el día y el por qué. Compromiso (alcanzable utilizando para cada tarea que hemos de llevar a cabo el nivel más alto de esas nuestras fortalezas necesarias para la tarea, y que podría también hacerse de cualquier manera y a toda prisa). Relaciones satisfactorias (alcanzables, pero demasiado largo el asunto para resumirlo aquí; lo hablaremos con el despacismo y consideración que requiere algo semejante). Sentido o pertenecer y/o servir a algo más grande que uno mismo (una comunidad, el bien social, la justicia, Dios...). Realización o logro (ya se sabe que la determinación sirve para algo más que para figurar como una de las partidas positivas en los tests de CI).

Sus libros más famosos en psicología positiva son Aprenda Optimismo (Learning optimism), La auténtica felicidad (Authentic Happiness), The Optimistic Child: Proven program to safeguard children from depresion and Build Lifelong Resilience* (en español, Niños Optimistas), y el último publicado (en 2011), Flourish, a visionary new understanding of Happiness and Well-being (en español, que a veces es más escueto, La vida que florece).

(*La resiliencia es la capacidad que tenemos los humanos para sobreponernos a los períodos de dolor emocional y trauma).


Por su parte, Sonja Lyubumirsky (más joven en la foto, aparentemente, pero no encuentro el año de su nacimiento por ningún lado), née rusa pero desde los 9 años residente en Estados Unidos, estudió en las universidades de Harvard y Stanford (sacó cum laude también, of course) y desde 1994 es investigadora y profesora de Psicología (como Encarna Nouvilas) en la Universidad de California en Riverside (¿por qué no tenemos aquí también, por ejemplo, la Universidad de Toledo en Béjar?, I wonder). Lleva más de dieciocho años estudiando científicamente la felicidad (por diossssss, ¿tanto se tarda? ¿y cuánto les queda por averiguar?). 

En un congreso al que asistió, Lyubumirsky conversó con un par de colegas sobre la poca información que había sobre el tema de la felicidad y el cero número de estudios empíricos que había sobre el asunto (empirico significa que está basado en la experiencia y en la observación de los hechos, o sea, comprobadísimo. Por ejemplo, todos los perros sueltan pelos es empiriquísimo). A raiz de esta conversación, como digo, surgió la idea de estudiar el tema a fondo y, ni corta ni perezosa, se alió con un colega llamado Ken Sheldon y se pusieron a ello en plan científico, llevando a cabo experimentos con miles de personas (y siguen en su Laboratorio de la felicidad). El resultado fue, junto con otros muchos ensayos, el best seller (escrito por ella, aunque hace alguna referencia a su Ken en él) La ciencia de la felicidad (título original en inglés: The how of Happiness). Posteriormente, publicó el libro Los mitos de la Felicidad.

En su primer libro da instrucciones claras y precisas sobre cómo alcanzar la felicidad dependiendo de tu personalidad (a todos no nos hace felices lo mismo exactamente), tu entorno (no expresamos la felicidad del mismo modo españoles que daneses o alemanes), tus gustos personales (no todos amamos bailar y cocinar), etc. Según ella misma, este es un método probado para conseguir el bienestar (o sea, empírico). 

*   *   *   *

Una de las grandes revelaciones que tuve durante mi conversación con Encarna era de esas que no te esperas tener nunca, más que nada por mi egoísmo convencido: uno de los caminos seguros a la felicidad, para más personas de las que imaginamos, es buscarla por la vía de la entrega y el servicio a los demás (y yo añado que eso les hará felices siempre que el deseo sea sincero y convencido). Y, al parecer, no es escapismo como yo pensaba. No siempre, al menos.

Y no es que me haya metido a monja (ya hay suficientes en la familia, no me necesitan en los conventos) o haya abierto un ashram en Cabo de Gata (ya hay uno, or something like that). Pero sí que la conversación con Encarna me ha hecho mirar la felicidad desde otro posible punto de vista, completamente opuesto a mi única forma de verla (fiesta, fiesta): el servicio a los demás. No lo entiendo, y no parece mi camino (mejor dicho, no quiero que lo sea) pero ahora sí creo que es posible que alguien pueda ser feliz dedicándose a la felicidad ajena, el alivio del dolor del prójimo o entregado a consolar a otros. Ahí están la Madre Teresa, el padre Ángel (no tan inernacional), el ex-jesuita ya fallecido Vicente Ferrer... que siempre parecen muy contentos en las fotos. Y seguramente otros muchos que no alcanzaron la fama ni el reconocimiento públicos. Pero haberlos, haylos.


Desde pequeña tengo una obsesión: no quiero ser Jesucristo. No por la fama, que me encanta, sino por miedo a ser uno de los pocos elegidos, de entre los muchos llamados, a llevar una vida de pobreza nómada y, sobre todo, de crucifixión al final, que no me parecía la manera más ideal de terminar mi buena o mala vida en este plano (y sigue sin parecérmelo a día de hoy). La verdad, me aterroriza la idea de pasar hambre y sufrir tentaciones cuarenta días con sus noches, todos seguidos, en mitad de un desierto; o fundar una leprosería... Por no hablar de predicar con el ejemplo o lavarles los pies a otros; no sé, es una vida que no me parece la mía. Lo que no me importaría es lo de los milagros, especialmente lo de la multiplicación, que me parece de lo más práctico y cómodo por lo rápido. Sigo apegada tremendamente a la satisfacción inmediata de mis deseos, mi inteligencia emocional sigue atascada en el mismo punto en el que estaba a los 12 años, al decir de Daniel Coleman... Una lástima, pero así es. Me he sentido culpable por ello hasta hace relativamente poco, pero finalmente lo decidí con firmeza: no quiero ser Jesucristo.

Lo que los psicólogos positivos denominan servicio es la entrega y dedicación incondicional al bienestar de otro o de otros, puede ser incluso dedicación al bien mundial (no, no hablo de los politicos).

La comunidad religiosa de las Adoratrices (Madres Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento), por ejemplo, se dedican a rezar día y noche por el bien del mundo, haciendo turnos salvajes de manera que, en ninguno de sus conventos, hay un solo minuto donde no haya una o más religiosas rezando en sus capillas por ello, haya el número de religiosas que haya en el convento... Eso es entrega y servicio, y lo demás tonterías. Porque, además, se necesita una convicción absoluta para estar motivado toda tu vida a rezar por la paz mundial y, a la vista del panorama, creer, además, que dará resultado.

Pero lo que antes me parecía una majadería (¿qué hacen en realidad las monjas de clausura por el mundo?) ahora lo veo como otra posibilidad de felicidad para otro tipo de personas con intereses diferentes a los míos, personalidades y motivaciones que distan mucho de los que yo tengo. Según Encarna está mas que probadísimo que esa entrega desinteresada y total proporciona la felicidad a quien escoge convencido ese camino. Y es una felicidad profunda y duradera, con un esqueleto y una columna vertebral tan fuertes como pueda ser la mía, que es de fiesta total.

De todas formas, en la conversación con Encarna, yo le decía: pero eso también es el mismo tipo de egoísmo que el mío -sano, pero egoísmo- porque, al fin y al cabo, entregarse a los demás es lo que desean y, llevándolo a cabo, al final se ponen por delante de los demás, como yo.

Me parece que no la convencí... Pero yo sigo pensando que, sea la entrega o servicio a los demás o al ballet, en ambos casos son deseos egoístas sanos, de ningún modo sacrificio. O eso me parece a mí. Lo que pasa que todo lo que sea dejar de pensar en ti para pensar en cambio en otro está sobrevalorado. Y estoy hablando de prioridades, no de eliminar de tu vida todo lo que no sea tu propio ombligo, que conste.

Bueno, al menos ya sé lo que no quiero (ser Jesucristo ni Madre Adoratriz) pero ¿qué quiero? En concreto, ¿qué quiero?

Pues cuando lo descubrí resultó un poco complicado de conseguir, especialmente porque mis deseos implicaban a personas (muchas) de muy diferente pelaje, desde un agente inmobiliario de confianza a la National Science Society, pasando por un asesino a sueldo, mis dos hijas y un buen fontanero.

Resultó que lo quiero TODO. Y después de darle un par de vueltas, descubrí cómo conseguirlo... :-)


7 comentarios:

  1. Excelente artículo Rosa. ¡Te felicito!

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  2. Gracias, encanto, un placer oirlo, precisamente, de tus labios :-D

    Te dejarías entrevistar acerca de la felicidad? Eres una de las personas que tengo en mi lista para ello. Podemos, si te parece, hacerlo por mail. Muchos besos.

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  3. Encarna Nouvilas Pallejà21 de septiembre de 2013, 0:44

    Rosa, la conversación contigo fue un placer y, además de tus conocimientos y buen hacer literario, en este artículo añades dos ingredientes imprescindibles para la felicidad: el sentido común y el humor.

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  4. Encarna Nouvilas Pallejà21 de septiembre de 2013, 0:49

    Rosa, la conversación contigo fue un placer y, además de tus conocimientos y buen hacer literario, en este artículo añades dos ingredientes imprescindibles para la felicidad: el sentido común y el humor.

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    1. Gracias, Encarna. En cuanto a conocimiento, tu me pusiste sobre la pista. El resto... Sí, quizás sea mérito mío ;-)
      Para mí fue también un placer esa comida, que deseo repetir cuanto antes!!! Un abrazo.

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  5. Un placer poder leer un blog de esta calidad!
    juanquetepasa.blogspot.com.es

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  6. Gracias, Anónimo. Me encanta que te guste. Voy a cotillear tu blog (me ha picado la curiosidad por el título, muy bien puesto :-D).

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