lunes, 3 de junio de 2013

La envidia y su función como célula madre

El peor regalo para una persona envidiosa es un gran palacio…
con vistas a uno mucho mejor.
(Leonid S. Sukhorukov)


¡Juás, menudo refrán!

Palmaré insistiendo en que la envidia es uno de los mayores enemigos de la felicidad y que, no obstante, es una condición tan popular como el fútbol y el tapeo en nuestro país. Vamos, que ya quisiera Mourinho que sus jugadores practicaran y entrenaran como practicamos los españoles la envidia.

No sé si es un gen humano en general, caucásico o concretamente español, pero una considerable parte de la población de nuestro país lo lleva dentro como el que lleva el gen de ojos azules y el de pelo negro: con toda naturalidad y mostrándose sin pudor alguno. Aunque intente esconderse, sale por los poros todos del envidioso, no way.

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En el campo de la genética, uno de los descubrimientos más importantes de las últimas décadas de nuestra historia ha sido el de las células madre y su polivalencia en el organismo.

Dicho de forma que nos entendamos sin necesidad de ser genetistas, las células madre son aquellas células capaces de reproducirse y dar vida a cualesquiera células que necesite un ser vivo. Su función de "generadora" es condición sine qua non en cualquier organismo multicelular. Cuando una parte del organismo vivo (multicelular) se lesiona, las células madre son las responsables de la re-generación tisular (producir nuevas células que recompongan el estropicio que se ha ocasionado al organismo). Por si esto fuera poco, también son las responsables de reemplazar a las células que van muriendo de forma natural a lo largo de la vida de cualquier organismo (multicelular).

Hay dos tipos principales de célula madre: embrionaria y adulta. La célula madre embrionaria proviene de etapas tempranas del embrión que se está desarrollando y su capacidad es a todas luces una joya: producen absolutamente todos los tipos de célula que necesitará el cuerpo adulto para desarrollarse en plenitud. La célula madre adulta proviene de la embrionaria y cumple las funciones específicas del órgano que conforma, aunque hay estudios muy recientes que parecen indicar que las células madre adultas de todo el organismo tienen, en potencia, la capacidad de hacerse cargo del resto de las funciones celulares del organismo entero (otra vez, todo está conectado).

Parece que ya hay fundamentos para esperar que a finales del siglo XXI, gracias a estas células madre, queden erradicadas todas las enfermedades de tipo genético (si no aparece alguna otra rareza que se convierta en rabiosa actualidad médica), ¡qué fuerte! 


La envidia es como una célula madre pero cancerígena: capaz de reproducirse y dar vida a cualesquiera males que sea capaz de soportar el que la porta y algunos más.  Sus "generados" (la rabia, la ira, la impotencia, el autodesprecio, la violencia, la agresión, etc) devastan al envidioso dejando al envidiado tan pichi. Esa es, en realidad, la putada de tener envida. No sé quién dijo que la envidia (¿o lo decía del odio? Da igual, también sirve) era como tomar cicuta y esperar que se envenene el vecino. De tontos, vamos. Ser envidioso tiene variados efectos secundarios, todo ellos graves. Si la envidia viniera con su prospecto daría miedo leerlo. 

No parece haber ninguna esperanza de que para finales del siglo XXI hayamos erradicado la envidia ni de que su práctica vaya a caer en desuso. Parece que su actualidad será inalterable hasta el fin de los tiempos en el spanish genoma.

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¿Sabéis cuál es la causa principal de la envidia? Me he quedado de queso cuando investigaba esto: resulta que nos da tanto miedo triunfar como fracasar de cara al público (es decir, en áreas como la académica, social, económica, estatus, o profesional).  Y nos autosaboteamos para no sobresalir. Nos dan pavor los juicios y las críticas del resto de los humanos provocadas por su envidia hacia nosotros (sea cual sea el misterioso motivo por el que te envidien, para ti siempre inescrutable).

Peeeero, luego resulta que nos da rabia haber sido tan pavos y no haber triunfado por miedo al qué dirán. Y cuando otro triunfa en el campo que sea y hace caso omiso de lo que tú opinas de su triunfo (es decir, adopta la postura más sensata) no se lo perdonamos y aparece la envidia. ¿Cómo se ha atrevido ese a coger el pastel más grande habiéndolo dejado yo intacto? (¿para la posteridad? ¿para que se pudra? ¿o porque no me he atrevido?). Y no te digo nada si triunfa en el campo preciso que a ti más te duele, ya sea el económico, profesional o en la escala nacional de popularidad. ¡Ya está servido el banquete!

Un dato incrédibol: hay niños brillantes en los colegios que no se atreven a levantar la mano y decir la respuesta correcta -que conocen- si ven que no hay ninguna otra levantada. En cambio, si ven más manos, quieren dar su respuesta los primeros y lo hacen atropellándose a gritos.

Y si ese niño tiene un padre que es violento verbal o físicamente (el típico chuloputas, como decíamos en mi época), jamás se atreverá a ser más que su padre en la vida ni permitirá que sus hijos sean más que él. ¡Flipa, Felipa! 

Lo más triste es que, como dice la norteamericana Marianne Williamson, nuestro temor más profundo es brillar; es nuestra luz la que nos atemoriza, no nuestra oscuridad. Nos preguntamos que quiénes somos nosotros para ser brillantes, magníficos, talentosos. Y el Universo se pregunta: ¿Y quién eres tú para no serlo?... Tremendo, eh?

La envidia, además y por si le faltaba algún adorno, es cobarde. Un envidioso nunca va a reconocer lo que le gustaría tener de lo que tú tienes porque no podrá soportar que, encima, lo sepas. Sólo faltaba eso, darte información privilegiada ¡no te digo! El envidioso lo que hace es darle vueltas a la cabeza buscando tu ruina y cuenta con que intentará todo (y cuando digo todo quiero decir to-do) para joderte la vida; cosa que, por supuesto, el pobre nunca consigue. Y eso le da una rabiaaaaaa... Se le apelotona la bilis por todo el cuerpo y por eso se pone verde (aquí está la explicación científica que todos estábamos esperando en cuanto a asociación colores-emociones).

Hablará mal de ti con disimulo o sin él (a tus espaldas, claro), seguirá de forma obsesiva tu trayectoria vital, procurará confirmar lo mal que te va en la vida a través de conocidos comunes, enviará mensajitos contradictorios (sí, sí, incluso te llamará para felicitarte y desear que te vaya muy bien en tu nuevo trabajo o domicilio), te difamará, procurará que por todos los medios te enteres de sus éxitos (que él sabe mediocres por lo insatisfactorios) y muchas lindezas más. Total, una trabajera hercúlea que requiere de una logística y una planificación admirables (que podría estar dedicando a mejorar su propia vida, una lástima).

Para defenderte de un envdioso no tienes que hacer nada; y eso es lo que peor les sienta. Pero en caso de que no puedas soportar la idea de callarte, siempre le puedes mandar un anónimo que diga solamente: "¡Chincha, rabiña!". Sabrá que eres tú pero no te podrá acusar de amenazas ante la poli porque no podrá demostrar quién es el remitente (escríbelo en letra ya impresa, grande, de colores y mal colocadas, y firma con un corazón negro :-D).

La envidia es un virus que corroe el cuerpo y enferma el alma (si la tuviéramos, que los antiguos griegos pensaban que las mujeres no, así que yo ya no sé qué pensar al respecto, ¡eran tan listos!). También paraliza todo el proceso de avance del envidioso hacia una buena vida, satisfactoria y alegre (como la tuya). La envidia impide siempre que el envidioso alcance lo que verdaderamente desea: tu vida.

Cada vez tengo más por seguro (¡vaya construcción sintáctica! Como la lea mi hija mayor...) que el envidioso no sabe que lo que realmente envidia no es lo que eres, haces o tienes sino el estado de satisfacción y felicidad que él o ella te suponen teniendo eso que él o ella envidian. Ains, qué cabeza tenemos, eh?

Dile a un envidioso que todo tu dinero y tu barco de cuatrocientos metros y tu amistad con presidentes de gobierno y cantantes famosos te producen una enorme infelicidad y tendrás en él un amigo para toda la vida. No solo eso, sino que es tal el alivio y la alegría que siente al enterarse de que tú también eres miserable los lunes que le habrás proporcionado la excusa perfecta para no haber triunfado: Al fin y al cabo, el éxito no da la felicidad (o el dinero, el barco, la amistad con ministros y presidentes, una hermosa familia o unos hijos brillantes). No, todo eso no da la felicidad, pero como decía Henry Ford: todo eso aplaca muchísimo los nervios :-D

En cualquier caso, si lo que buscas es la tan traída y llevada felicidad que sepas que la envidia no es el camino más corto. Siempre, siempre el camino que te llevará allí (sea ese allí lo que sea) pasa por ti y no por otros. No te compares con nadie, solo con el mejor tú que puedas llegar a ser y dedícate a perseguir tus sueños y no los de otros: habrás eliminado en tu camino a la felicidad un obstáculo importante. 

¿Vía libre a la comilona de perdices? Casi. Pero hay más...













3 comentarios:

  1. como lo clavas jamia..
    mi madre decia que el evidioso/a quiere todo lo uyo...y envidia hasta que seas bueno/a.
    te leo aunque no te diga ná.
    tu Alis

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    1. Mi madre decia: que hablen de ti... aunque sea bien! ;-)

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  2. Verdades como puños. Creo además que eso de que tener envidia es como tomarse la cicuta y esperar que se envenene el otro es una comparación de lo más acertada!

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