viernes, 31 de mayo de 2013

Virtudes Cardinales, o la base de la sabiduría verdadera

¿Qué cosa más rica que la sabiduría, que todo lo obra?...
Y si amas la justicia, los frutos de la sabiduría son las virtudes;
porque ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza
(Sap 8, 5-7).

Al parecer, Eva Picapiedra no poseía ninguna de estas virtudes (yo tampoco), posiblemente a causa de esos cuatro mil millones de neuronas que tenía de menos en su necio cerebro (aún no trino).  Sin duda, nuestra primera madre cometió la insensatez imperdonable de ser perezosa y rebelde, y ahora lo pagamos todas, porque vaya fama nos dejó... (aparte de condenarnos para siempre jamás a parir con dolor y sacar el lavavajillas). 
Adán rascándose la cabeza, intentando razonar con
Eva. Y where is the serpiente? Que solo veo bambis!

¿Qué le habría costado moverse un poco más a la derecha y coger un melocotón? ¿O una pera Williams? Pues no; tenía que ser la manzana. 

Como además es más lista que Adán y que Dios (soberbia), coge la manzana más gorda (avaricia y gula) que está más cerca (pereza). No le importa el mandato de Dios, que  mira que dijo bien claro que las manzanas ni tocarlas.  Se revela como la primera rebelde de la historia desobedeciendo a la más alta autoridad, porque seguro que Eva --la primera envidiosa-- quería saber, al menos, tanto como Él. ¿Qué mal había en ello?¿Por qué querría Dios privarla de su sabiduría? Algo importante esconde ese listillo. Y además, lo peor de todo es que hizo que Dios cometiera pecado capital, pues su decisión de no ir medio metro más allá a por el melocotón encendió la ira del Creador.  La muy bruja hizo que Padre cayera en falta terrenal. Imperdonable. ¡Fuera del paraíso ahora mismo!

¿Y qué hizo Adán? Todos lo sabemos: dijo la verdad verdadera; valientemente señaló con el dedo a Eva y contó la historia tal y como había ocurrido: Eva le abrió las mandíbulas a la fuerza e introdujo media manzana en su boca, empujándola bien adentro (y por poco me ahoga); luego, muy diestramente, cerró (y apretó bien) las mandíbulas que había abierto de par en par y le dijo ¡traga, maldito!... Y el hombre, después de resistirse mucho e intentar hacerla razonar por activa y por pasiva (tuve incluso que amenazarla), se tuvo que rendir a la locura de ella, y el poder de su palabrería y engatusamiento ganó como siempre. No tuvo más remedio que tragar, ¿qué otra cosa podía hacer él? Eran dos contra mí, alegó Adán en su defensa. ¡Ah, sí, que se nos olvida la serpiente! (que también era chica). Y Dios nos expulsó del paraíso a todos porque no sabía quién mentía.

(¿tenían ya hijos cuando fueron castigados? ¿existía ya la lujuria, además de todas las demás faltas capitales? ¿hubiéramos llegado hasta aquí si Dios hubiera actuado de la forma correcta quemando en la hoguera a nuestros primeros padres?)

Como Dios no parecía capaz de manejar el asunto y zanjarlo de forma definitiva, y su actuación en este primer enfrentamiento se consideró escandalosamente incompetente, muchos años y dos cerebros después, las instituciones terrenales se autodeclararon competentes en asuntos del alma y la eternidad del hombre, tomaron el mando e inventaron la doma de la especie elegida con una imaginación sin límites y un solo hilo conductor: mano dura. Aquí mando yo y que se aparte Dios, valiente perdona-castigos, que se limita a echarlos del paraíso en lugar de ahorcarlos...

(me parezco tanto a Él que temo por mis hijas y su recto destino...)

Lo primero, y por si acaso, nos declararon culpables de nacimiento, a Dios lo declararon oficialmente chico y uno (aunque la Biblia misma habla de muchos) y se inventaron el infierno. Todos nacíamos con la mancha de Eva y, mientras no te bautizaran, la inocencia de Adán no te cubría del todo, como los seguros de ahora. Así quedaba establecido el poder de las iglesias sobre los que querían salvarse. Un golpe maestro con el que nos dejaron más que predispuestos a obedecer y temer a las instituciones. Y luego critican a Maquiavelo...

¿Quien puede pretender la felicidad en esas circunstancias? De la felicidad por aquella época no se había inventado ni el nombre y, desde luego, no era un estado en el que pensaras que era importante estar.

*     *     *

La cosa tardó mucho en enderezarse (y todavía está por verse si se endereza, que somos muy desobedientes, ¿eh?) y las altas autoridades mora-terrenales intentaron hacernos hombres y mujeres de bien de todas las maneras posibles. Una de ellas fué inventarse las virtudes cardinales para paliar los efectos de los pecados capitales, que todo tiene su opuesto. Luego vinieron los castigos, ya que el infierno no ejercía suficiente presión al parecer: la hoguera para las brujas, el potro para los desobedientes, la rueda de estiramiento y desmembre para los herejes y otros inventos de utilidad variable, pero eso no fué hasta que descubrieron que no podían con nosotros.

Para bien de la Humanidad (en principio), en 1224 nace en Italia Tommaso d'Aquino y escribe, siendo relativamente joven y con muchísimo esfuerzo, su obra más conocida y principal: la Suma Teológica  (suma = complilación), un compendio que ordenaba el  apelotonamiento de preceptos religiosos y morales que pretendió regir aquel caos de pecadores (sin ningún éxito). 

Regló y explicó las virtudes cardinales peeeeeeroooo supeditándolas a otras: las virtudes teologales, aunque eso no quita importancia a las primeras que fueron las que, al final, se hicieron más famosas. Recordemos (por si le encontráis algún sentido) que cardines significa goznes. Literalmente.

Contra la soberbia, humildad; contra la lujuria, castidad; contra la gula, templanza; contra la avaricia, sencillez (la primera versión); contra la envidia, caridad; contra la ira, paciencia y contra la pereza, laboriosidad.

Según los padres de la moral  (Tomás de Aquino,  San Ambrosio, Aristóteles e incluso Platón), la prudencia señala el camino del bien y regula el entendimiento práctico; la justicia confiere a la voluntad una recta dirección y, renunciando al egoísmo, la ajusta a la realidad (¡de quién, tuya o mía?); la templanza mantiene a los afectos concupiscibles en el punto medio entre el parón total y la lascivia; y la fortaleza hace que los afectos irascibles se mantengan en su justa medida entre la flojedad y la hiperactividad desordenada. Como en todo, el punto medio es el ideal también en esto. 

La prudencia, recordemos, es el arte del buen discernimiento: ella preserva de los torcidos e intrincados caminos del pecado, protege contra las artimañas de la astuta seductora (la serpiente? Eva? las matemáticas?) y es la hija predilecta de la sabiduría. Pero escasea, como tantas otras virtudes.

En cuanto a los pecadillos, al parecer la envidia es el peor de todos los defectos posibles y somos muy aficionados a ella, como si en lugar de un pecado capital fuera una gran virtud, pero eso seguro que es porque tendemos a la perfección y nos molesta lo que no está bien hecho, sobre todo si lo han hecho mal otros (y que nosotros hubiéramos hecho muchísimo mejor, sin duda).

La envidia quedó definida como desagrado, pesar o tristeza del ánimo por causa del bien ajeno (¡qué bonito!) en cuanto que este bien ajeno se mira como perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria (o lo que es lo mismo: tristia de bono alteriusin tristium est diminutivum propiae gloriae et excellentae).

La buena noticia es que la envidia no siempre es falta capital y, en ocasiones, ni es falta. Como el que hace la ley hace la trampa, los padres de la moral aconsejaron que cuando sintamos envidia averigüemos el motivo, que es facilísimo. Y una vez sepamos exactamente el origen de nuestro sentimiento:

1) Quedemos en la seguridad de que no pecamos cuando nos entristecemos por el cargo, la potestad o los bienes materiales alcanzados por quien no los merece (cosa que decidimos nosotros, por supuesto) y creemos sinceramente que podría causar daño de gravedad a sus semejantes teniendo o siendo tanto (creo que este es el clavo ardiendo que estábamos esperando todos).

2) Somos virtuosos, o al menos inocentes, cuando sentimos insatisfacción por los bienes que posee quien no los merece y a la vista (nuestra) clara de que nosotros les daríamos mejor uso que el envidiado. Un ejemplo de a quien podemos envidiar sin miedo a pecar es el avaro, que guarda y guarda y guarda y no gasta nada (no como nosotros, que gastaríamos todo lo que tuviéramos en poner el mundo en orden en cuanto a hambrunas, medio ambiente, educación y derrocaríamos gobiernos corruptos y/o genocidas).

3) No faltamos tampoco a la moral si nos entristecemos cuando ello aliente nuestro sentido de superación personal, recordándonos el tiempo y las oportunidades perdidas más que por que el otro disfrute de esos bienes que echamos en falta en nuestra vida  (a mí, la verdad, es que visto así no solo no me parece un  pecado, me parece una grandísima virtud que se une a la humildad de nuestros deseos, ya que más parece que envidiamos el tesón y el afán de trabajo del otro y no sus bienes; en fin, es solo un punto de vista).

La mala noticia es que, también según la Suma Teológica de Santo Tomás, la envidia es falta gravísima cuando lo que de verdad deseamos es ver privado al otro de tanta cosa buena de la que se ha apropiado sin merecerlo (nos correspondía a nosotros ese trozo de pastel).  Y se convierte en más grave todavía cuando esa envidia lleva a intentar privar al otro de sus bienes para apropiárnoslos, llegando incluso a mentir, traicionar, intrigar y chismorrear (sic) a tal fin. Pero, a pesar de los esfuerzos, nunca lo conseguimos, que es lo que más rabia da y te hace más infeliz (todavía).

Y ahora un acertijo: ¿Cuál es el color asociado a un pecado capital y a una virtud teologal?* 

Lamentablemente, en la búsqueda de nuestra felicidad, la famosa prudencia nos aconseja hagamos de nuestros propios asuntos la rabiosa actualidad de nuestra vida y declaremos los asuntos ajenos como algo pasado de moda y aburrido (como la falda escocesa con imperdible o el horripilante meyba, los más terribles faux pases dados jamás en la historia de la Humanidad). 

A la vista de todo el lío que organizó, ¿era Eva ya una mujer desesperada o, simplemente, estaba aburrida?














*el color verde está asociado a la envidia y a la esperanza. ¿Jelou?





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