jueves, 18 de abril de 2013

Trabajos de Amor Perdidos


Las grandes pasiones son enfermedades incurables.
Lo que podría curarlas las haría verdaderamente peligrosas.
(Goethe)
pasión
1.
    • f. Inclinación, preferencia o deseo muy ávidos por alguna persona
    • Inclinación o preferencia muy viva por cosa
    • Padecimiento, sufrimiento.

En 1894, Pierre Giffard organizó lo que podríamos llamar el bisabuelo del actual Premio de Fórmula I para publicitar su periódico, Le Petit Journal.  El recorrido: París-Rouen, y debía hacerse en vehículo de motor sin caballos y sin asistente técnico (el mecánico de toda la vida). Toda una novedad…

Aunque no llegó el primero y por motivos que no viene al caso explicar, lo ganó Albert Lamaître, un francés de Marne, recorriendo el circuito establecido para la competición de Giffard en su Peugeot Type 7 a 19 km por hora. Después de ésa, ganó otras tres del estilo, siempre en Francia y siempre corriendo (¿¿??) con Peugeot.

Pero no sería esa la única causa de su fama ni su única manera de cambiar el mundo (muy personal por otro lado). Gracias a él se acuñó en el país vecino el término crime passionnel.  ¿Y cómo es eso? Pues muy sencillo: mató a su mujer por celos, lo que pasa es que los franceses tienen una palabra preciosa para casi todo;  que es que esta no suena ni a crimen siquiera.

Lamaître trabajaba en asociación junto a su hermano como exportador de champagne en la ciudad de Epérnay. En 1901 conoció -y se enamoró apasionadamente- de mamuasél Lucie Domény, una joven belleza de la zona que acababa de romper su compromiso con otro hombre por razones familiares (imagino que no la dejarían casarse con un pelagatos, la historia de siempre). Después de un corto noviazgo se casaron y fueron felices… durante cuatro años.

Por desgracia para todos los implicados después de ese tiempo Lucie sintió reverdecer el amor y la pasión por su antiguo novio y, valientemente,  en febrero de 1906 le pidió el divorcio a Lamaître y abandonó el hogar conyugal . ¿A cuántas miles de mujeres no les pasa esa idea por la cabeza a diario? ¿Y es eso motivo para matarlas? Es admirable que se atreviese a abandonar lo que no amaba ya (que en esa época era toda una hazaña, y no las carreritas de coches que había ganado su marido).

Pero no contaba ella con la locura y la pasión de su marido y el 7 de mayo de ese mismo año (mala fecha), durante una discusión en su casa parisina, Albert mató a Lucie de dos tiros y luego se disparó a sí mismo en la cabeza. Lo llevaron corriendo al hospital más cercano y salvó la vida (que hay algunos con una suerte....). Cuando el amante de Lucie (aka pelagatos) se enteró de la muerte de su amada, se pegó un tiro también, reuniéndose con su amada en los más allases. (Al final, en el más acá o en el más allá, burlaron a Lamaître y ganaron la partida, ¡aunque de qué manera!).

A pesar del lío que había organizado en tiempo récord, Albert Lamaître fue absuelto en septiembre de 1906 de crime passionnel, quedando acuñado el término para todo  crimen violento  -especialmente asesinato- en que el perpetrador actúa contra alguien a causa de un repentino y fuerte impulso que no puede sujetar, como pueda ser rabia, celos o corazón partío más que de forma premeditada. Alteración de conciencia transitoria o locura transitoria la llaman, y es una defensa válida en casos de asesinato (otra cosa es que luego cuele). Por su nombre (que suena rebien), el crime passionnel se asocia al romanticismo y a Francia pero dichos crímenes han existido y existen en la mayoría de las culturas. Ahora, en España al menos, lo llaman violencia de género, que suena mucho peor y tiene menos partidarios.

 *   *   *

Cada tarde llegaba a casa llena de amor loco y apasionado para reconquistar a mis hijas. Con los brazos abiertos y el bolso en bandolera, me lanzaba al salón donde mis hijas dibujaban tranquilamente  ya bañadas y  en pijama. En cuanto oían mi hola-hola-holaaaaaaaa la mayor se levantaba como un rayo y se abrazaba… a la cuidadora. La pequeña, siempre sonriente, daba algunos pasitos atrás hasta que la pared o la librería la paraban.  La cuidadora las instaba a besarme y ellas obedecían ciegamente pero con reparos.

De modo que ahora tenía otra rival: la cuidadora. Quizás debería plantearme otra estrategia. Como en los últimos resultados de mi DAFO las amenazas empezaban a superar el número manejable para posibilitar el convertirlas en oportunidades,  quizás sólo me quedaba una salida: atajar eliminando las amenazas en lugar de reciclarlas en oportunidades.

Y eso hice.

Tengo que confesar que pensé en eliminarlas de verdad, como una fantasía, claro, pero me recreaba en ella: crimen perfecto en el que me deshacía (sangrientamente) de todos los enemigos matables,  cuidadoras principalmente. Por supuesto, a Rocío no me la podía cargar porque su madre me liquidaba a mí (quiere a su hija como yo a las mías, así de locamente) y entonces no podría nunca-nunca ejecutar mi perfecto plan de amor. Dejar a las niñas huérfanas de padre era casi tan extremo como la invasión de Irak. Y finiquitar a las hadas no podía porque no las había visto nunca (que yo recordara) ni sabía por dónde se movían exactamente. Pero ¿las cuidadoras? No sería tan complicado…

En una repentina recuperación de cordura, muy impropia de mí, me limité a despedirlas  (una se fue por iniciativa propia cuando le exigí pruebas médicas juradas [¿existe eso?] de que no tenía epilepsia tras un mareo matutino). Luego empecé a contratar a personas extranjeras, pero también se hacían con el cariño de mis hijas, así que probé con extranjeras que no hablaran español. Tuve una joven portuguesa (con la que se entendían perfectamente) y, finalmente, varias personas rumanas que no hablaban ni papa mi idioma.

La pega era que no solo no podían comunicarse con mis hijas y con ello robarme su cariño, sino que tampoco podían comunicarse con la policía, los bomberos ni el médico en caso de emergencia mientras yo trabajaba. ¿Qué hacer?

Tras unos días de reflexión y las tres copas de rigor, decidí que lo mejor era dejar de trabajar. De esta manera no solo cubría en español las posibles emergencias sino que tenía un montón de horas a lo largo de todo el día para estar con mis hijas, se acostumbraran a mi presencia y acabaran por descubrir que ellas también me amaban a mí con locura y con pasión y lo harían, como yo, hasta el fin de los tiempos.

¿Un sueldo menos en casa? No me parecía ningún problema, aunque mi marido se agobiaba por el dinero de una forma que me parecía exagerada. Pero, bueno, al fin y al cabo casi todos los maridos se agobian por el dinero; no sé por qué pasa, pero es así.

Tendría que planear cómo hacerlo sin levantar sospechas en mi marido, cómo no romper definitivamente con mi jefe por causa del tema servicio doméstico  (me convenía tenerlo de mi lado; hasta entonces había sido siempre un apoyo inesperado, consentidor de todos mis locos caprichos) y, sobre todo, cómo explicarme a mí misma por qué me parecía tan buena idea algo tan extremo como abandonar mi vida profesional (porque sería para siempre, la caza del amor de mis hijas así lo exigía).

Además, aprovecharía esa nueva vida, para hacer de la mía algo nuevo de verdad; una vida con amor y sin alcohol… ¡Ja!

No podía sospechar que la vida con mucho amor y sin gota de alcohol iba a ser tan complicada…

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