Las grandes pasiones son enfermedades
incurables.
Lo que podría curarlas las haría
verdaderamente peligrosas.
(Goethe)
pasión1.
- f. Inclinación, preferencia o deseo muy ávidos por alguna persona
- Inclinación o preferencia muy viva por cosa
- Padecimiento, sufrimiento.
En 1894, Pierre Giffard organizó lo que podríamos llamar el bisabuelo
del actual Premio de Fórmula I para publicitar su periódico, Le Petit
Journal. El recorrido: París-Rouen, y
debía hacerse en vehículo de motor sin caballos y sin asistente técnico (el
mecánico de toda la vida). Toda una novedad…
Aunque no llegó el primero y por
motivos que no viene al caso explicar, lo ganó Albert Lamaître, un francés de Marne,
recorriendo el circuito establecido para la competición de Giffard en su Peugeot Type 7 a 19 km por hora. Después
de ésa, ganó otras tres del estilo, siempre en Francia y siempre corriendo
(¿¿??) con Peugeot.
Pero no sería esa la única causa de su fama ni su única manera de
cambiar el mundo (muy personal por otro lado). Gracias a él se acuñó en el país
vecino el término crime passionnel. ¿Y cómo es eso? Pues muy sencillo: mató a su
mujer por celos, lo que pasa es que los franceses tienen una palabra preciosa
para casi todo; que es que esta no suena
ni a crimen siquiera.
Lamaître trabajaba en asociación junto a su hermano como exportador de
champagne en la ciudad de Epérnay. En 1901 conoció -y se enamoró apasionadamente- de mamuasél Lucie Domény, una joven belleza
de la zona que acababa de romper su compromiso con otro hombre por razones
familiares (imagino que no la dejarían casarse con un pelagatos, la historia de
siempre). Después de un corto noviazgo se casaron y fueron felices… durante
cuatro años.
Por desgracia para todos los implicados después de ese tiempo Lucie sintió
reverdecer el amor y la pasión por su antiguo novio y, valientemente, en febrero de 1906 le pidió el divorcio a
Lamaître y abandonó el hogar conyugal . ¿A cuántas miles de mujeres no les pasa
esa idea por la cabeza a diario? ¿Y es eso motivo para matarlas? Es admirable
que se atreviese a abandonar lo que no amaba ya (que en esa época era toda una
hazaña, y no las carreritas de coches que había ganado su marido).
Pero no contaba ella con la locura y la pasión de su marido y el 7 de mayo
de ese mismo año (mala fecha), durante una discusión en su casa parisina,
Albert mató a Lucie de dos tiros y luego se disparó a sí mismo en la
cabeza. Lo llevaron corriendo al
hospital más cercano y salvó la vida (que hay algunos con una suerte....). Cuando el amante de Lucie (aka pelagatos) se enteró de la muerte de
su amada, se pegó un tiro también, reuniéndose con su amada en los más allases.
(Al final, en el más acá o en el más allá, burlaron a Lamaître y ganaron la
partida, ¡aunque de qué manera!).
A pesar del lío que había organizado en tiempo récord, Albert Lamaître
fue absuelto en septiembre de 1906 de crime
passionnel, quedando acuñado el término para todo crimen violento -especialmente
asesinato- en
que el perpetrador actúa contra alguien a causa de un repentino y fuerte
impulso que no puede sujetar, como pueda ser rabia, celos o corazón partío más que
de forma premeditada. Alteración de conciencia transitoria o locura transitoria
la llaman, y es una defensa válida en casos de asesinato (otra cosa es que
luego cuele). Por su nombre (que suena rebien), el crime passionnel se asocia al romanticismo y a Francia pero dichos
crímenes han existido y existen en la mayoría de las culturas. Ahora, en España
al menos, lo llaman violencia de género, que suena mucho peor y tiene menos
partidarios.
Cada tarde llegaba
a casa llena de amor loco y apasionado para reconquistar a mis hijas. Con los brazos
abiertos y el bolso en bandolera, me lanzaba al salón donde mis hijas dibujaban
tranquilamente ya bañadas y en pijama. En cuanto oían mi hola-hola-holaaaaaaaa la
mayor se levantaba como un rayo y se abrazaba… a la cuidadora. La pequeña,
siempre sonriente, daba algunos pasitos atrás hasta que la pared o la librería
la paraban. La cuidadora las instaba a
besarme y ellas obedecían ciegamente pero con reparos.
De modo que ahora
tenía otra rival: la cuidadora. Quizás debería plantearme otra estrategia. Como
en los últimos resultados de mi DAFO las amenazas empezaban a superar el número
manejable para posibilitar el convertirlas en oportunidades, quizás sólo me quedaba una salida: atajar eliminando las amenazas en lugar de
reciclarlas en oportunidades.
Y eso hice.
Tengo que confesar
que pensé en eliminarlas de verdad, como una fantasía, claro, pero me recreaba en
ella: crimen perfecto en el que me deshacía (sangrientamente) de todos los
enemigos matables, cuidadoras
principalmente. Por supuesto, a Rocío no me la podía cargar porque su madre me
liquidaba a mí (quiere a su hija como yo a las mías, así de locamente) y
entonces no podría nunca-nunca ejecutar mi perfecto plan de amor. Dejar a las
niñas huérfanas de padre era casi tan extremo como la invasión de Irak. Y finiquitar a las
hadas no podía porque no las había visto nunca (que yo recordara) ni sabía por
dónde se movían exactamente. Pero ¿las cuidadoras? No sería tan complicado…
En una repentina
recuperación de cordura, muy impropia de mí, me limité a despedirlas (una se fue por iniciativa propia cuando le
exigí pruebas médicas juradas [¿existe eso?] de que no tenía epilepsia tras un mareo
matutino). Luego empecé a contratar a personas extranjeras, pero también se
hacían con el cariño de mis hijas, así que probé con extranjeras que no hablaran español. Tuve una joven portuguesa (con
la que se entendían perfectamente) y, finalmente, varias personas rumanas que no hablaban ni papa mi idioma.
La pega era que no
solo no podían comunicarse con mis hijas y con ello robarme su cariño, sino que
tampoco podían comunicarse con la policía, los bomberos ni el médico en caso de
emergencia mientras yo trabajaba. ¿Qué hacer?
Tras unos días de
reflexión y las tres copas de rigor, decidí que lo mejor era dejar de trabajar.
De esta manera no solo cubría en español las posibles emergencias sino que
tenía un montón de horas a lo largo de todo el día para estar con mis hijas, se
acostumbraran a mi presencia y acabaran por descubrir que ellas también me
amaban a mí con locura y con pasión y lo harían, como yo, hasta el fin de los
tiempos.
¿Un sueldo menos
en casa? No me parecía ningún problema, aunque mi marido se agobiaba por el
dinero de una forma que me parecía exagerada. Pero, bueno, al fin y al cabo casi todos los maridos se
agobian por el dinero; no sé por qué pasa, pero es así.
Tendría que
planear cómo hacerlo sin levantar sospechas en mi marido, cómo no romper
definitivamente con mi jefe por causa del tema servicio doméstico (me convenía tenerlo de mi lado; hasta
entonces había sido siempre un apoyo inesperado, consentidor de todos mis locos
caprichos) y, sobre todo, cómo explicarme a mí misma por qué me parecía tan
buena idea algo tan extremo como abandonar mi vida profesional (porque sería
para siempre, la caza del amor de mis hijas así lo exigía).
Además,
aprovecharía esa nueva vida, para hacer de la mía algo nuevo de verdad; una
vida con amor y sin alcohol… ¡Ja!
No podía sospechar
que la vida con mucho amor y sin gota de alcohol iba a ser tan complicada…
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