sábado, 13 de abril de 2013

¡MANOS A LA OBRA!


Y como no sabía que era imposible,
lo hizo.
(Anónimo; o eso creo)


El regreso al amor es más complicado de lo que parece. Y si el objeto de tu deseo son niñas y son, encima, tuyas, peor. Recuperar lo que descubres has perdido requiere algo más que una petición con prisas a San Antonio o Santa Rita, o una tarde en el parque de atracciones.

Y si no lo has perdido pero tú crees que sí, es todavía más difícil, porque todos tus esfuerzos abruman al contrario y acabas por aburrirlo. Así, pues, tenia que ir con mucho cuidado y planificar una buena estrategia.

Toda estrategia necesita de una sensata y minuciosa planificación, aunque no necesariamente hay que seguir los procesos mentales de Maquiavelo o Sun Tzu. Me pareció más oportuna y menos cruenta la planificación llamada Análisis DAFO.

El Análisis DAFO es una estrategia que se aplica, principalmente, a proyectos empresariales (si haces un curso en la Cámara de Comercio, te la enseñan). DAFO son las siglas de las cuatro áreas del proyecto que hay que estudiar a fondo, en este orden: 1) Fortalezas (o puntos fuertes); 2) Oportunidades; 3) Debilidades; y 4) Amenazas. (¿Y por qué se llama DAFO en lugar de FODA? I wonder)

El objeto preciso de este análisis es llegar a convertir las debilidades en fortalezas y las amenazas en oportunidades. ¡Ahí es nada! (Este análisis parece bueno para todo, no solo para proyectos empresariales, ¿eh?).

Bien, empezaría en orden. ¿Cuáles eran las fortalezas de este proyecto mío? Ninguna; no había ejercido de madre porque, evidentemente, si no me había enterado de que mis hijas habían pensado (exclusivamente) en mí durante siete años de nuestras vidas no podía decirse de mí que era una madre que conociese a sus hijas. Mal asunto para empezar. Esto me desanimó un poco, no lo voy a negar.

¿Cuáles eran las oportunidades que tenía el proyecto de ser un éxito? Poquísimas. ¿Cómo conseguir que todo volviera a empezar otra vez? Mis hijas tenían ya hábitos, cuasi-personalidades, deberes, odios y aficiones que se habían forjado sin mi intervención, prácticamente. Podría pedirles que volvieran a empezar a pensar en mí, y mantuvieran ese hábito otros siete años, prometiendoles que esta vez sería diferente. Era fácil: lo único que tenían que hacer era olvidarse de las hadas y de sus amigas y centrarse en su mamá, únicamente y por solo otros siete años. Luego volverían a ser libres. A los catorce años y a los diecisiete, respectivamente. En resumen, y siendo realistas: oportunidades, po(r)quísimas.

¿Cuáles eran las debilidades del proyecto? Muchísimas, empezando porque no me gustaban los niños. Entiéndeme, me gustaban mis hijas porque eran mías, pero no porque fueran niñas. No sabía de qué hablar con ellas si no era para darles instrucciones sobre esto o aquello, prohibirles tocar un enchufe o una olla caliente, exigirles que se estuvieran quietas mientras las vestía o que se callaran cuando yo estaba leyendo o hablando por teléfono. Muchas debilidades que fortalecer...

Y, por último, ¿cuáles eran las amenazas que sobrevolaban como buitres mi proyecto? Todas. El vodka, mi miedo a no saber cuidar de mis hijas, los peligros del mundo que las podría aniquilar: una estantería inestable llena de latas de tomate en Mercadona (quizás convendría dejar de hacer la compra); una nevada (por supuesto, no las dejaba salir al jardín); un golpe en la cabeza del columpio del parque (nunca las llevé al parque); una negligencia médica (no consentiría que enfermaran jamás); caer rodando por las escaleras cuando se peleaban (les prohibí pelearse); escurrirse en el suelo recién fregado (¿y si dejábamos de fregar el suelo?), etc. Y éstas eran solo unas cuantas de las infinitas posibilidades que ofrecía el universo en cuanto a aliarse con las hadas y las rocíos para arrebatarme a mis hijas.

Examinar e intentar controlar todos los peligros posibles y mis artes maternales me estaba matando de culpa y congoja, y casi se carga mi proyecto antes de su inicio.

Pero no había contado yo con que tendría una ayuda inesperada: la de mis propias hijas, que acabarían prestándose a colaborar de muy buena gana para que este proyecto saliera adelante y viese, finalmente, la luz…

Aguantaron lo que pocas hijas creo yo han aguantado a su madre: destrozaba sus delicadas reputaciones sociales de pre-adolescentes de mil formas distintas y, aparte de un "mamá, por favor, no bailes aquí", jamás me mataron.

Pero eso es adelantar acontecimientos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario