lunes, 8 de abril de 2013

CIRUGÍA DE CONTROL DE DAÑOS (III): Cirugía inicial


No sé qué decidir: dos son mis pensamientos.
(Safo,  fr 31 P)

Lo que aprendí al probar -y fracasar- con la fase pre-hospitalaria (o sea, normalizar en lo posible las  constantes vitales para el traslado seguro con el mínimo peligro para el paciente) fue no sólo que se necesita paciencia, sino que yo no tenía esa cualidad. Por eso me salté el paso 1 (y más tarde lo pagué).

Descartada la fase uno por tediosa, me puse a la fase dos del proceso: la cirugía inicial o cierre abdominal temporal (lo que viene a decir que luego habrá que abrir de nuevo la herida y recoser, entiendo).

La mortalidad por trauma, según la cirugía de control de daños, tiene una distribución trimodal (¡vaya palabreja!, suena a estación de autobuses): 

  • muerte inmediata: la que sobreviene poco después del trauma por lesión grave, como pueda ser la rotura del corazón (esta lesión la hemos sufrido casi todos varias veces, y es bien aparatosa; es mortal en el 50% de los casos).
  • muerte temprana: la que sobreviene durante las primeras seis horas debido a hemorragia de órganos abdominales o lesiones intracraneales graves (menos frecuentes, es verdad; se da en un 30% de los casos, pero te mueres igual).
  • muerte tardía: a mi entender la más peligrosa por inesperada, ocurre a días o semanas del accidente, cuando ya cantamos victoria, y es debida a sepsis y falla orgánica múltiple (menos frecuente aún, pero se da).

Entre unas cosas y otras, yo había evitado las primera y segunda modalidades, pero aún estaba en riesgo de morir traicioneramente de forma tardía por falla orgánica múltiple, ya que la sepsis había tomado posesión de mi pensamiento, palabra, obra y poder de decisión. Practiqué una cirugía inicial rápida y, me temo, chapucera pero no había tiempo para más.

Este paso no me lo podía saltar, o agravaría mi estado quizás hasta el punto de no retorno. La cirugía inicial es algo temporal, pero cierre de herida al fin. Con ella evité hemorragias inoportunas, el destripamiento total de mis entrañas y, aunque abusé de la anestesia en esta fase, ya pensaría en cómo arreglar eso mañana.

Utilicé mi kit de emergencia: aguja fina y no muy larga (una buena amiga), hilo resistente incoloro y elástico (un buen amigo) y una anestesia común, de precio medio y asequible, con nivel cero de riesgo de alergia. Como todas las anestesias, conllevaba, no obstante, ciertos peligros que no calculé (y en los que caí).

La aguja y el hilo hicieron su papel, y la herida cerró bien. En cuanto a la anestesia, seguí inyectándome "un poco más" después de despertar. No me debió de gustar mucho lo que percibí al abrir los ojos y la conciencia, porque pensé que sería una buena idea volver al estado nebuloso, así que volví al whisky y luego al vodka (¡ja! me enteré de que su ingesta es indetectable porque no huele) y, aunque en principio la intención era de "solo una vez más", el caso es que le pillé el gusto a los sentimientos nebulosos y la vista poco clara, y seguí anestesiándome.

Me gustó la fase dos. La cirugía inicial no había sido especialmente dura; de hecho, con la anestesia, había sido muy llevadera. ¡¡Y había durado un suspiro!! Genial.

Evalué mi estado, y comprobé que, si no feliz porque sí, ese estado era soportable. Por la mañana me iba a trabajar encantada (tenía un trabajo que me rechiflaba, bien pagado, con un jefe que me adoraba y que desarrollaba  en una oficina donde una generación de secretarias de la vieja escuela me hacían la vida entretenida sacándose los higadillos unas a otras sin despeinarse). Cuando llegaba a casa de trabajar eran ya las siete de la tarde. Me sentaba a leer y, al poco rato, sentía la inquietud, ese je ne sais quoi que ya empezaba a ser un sí-sé-qué-es. 

Hacía un chequeo de la situación: ¿Me quedaba algo por limpiar? No; había contratado una asistenta a escondidas de mi marido de entonces y aunque me sentía un poco culpable por el asunto, era muchísimo mayor el alivio de no tener que ponerme a fregar cocinas y limpiar baños antes de hacer la cena y planchar camisas que la culpa por una mentirijilla que no hacía daño a nadie(ese marido era de la antigua escuela). ¿Antonseh...?

Antes de profundizar más, me tomaba una copa (para ver más claro).  Y una segunda. Ahí alcanzaba el punto perfecto: todo era de color de rosa. ¿Por qué había estado inquieta media hora antes? No había motivo en absoluto, qué tonta había sido. 

El ruido de la llave en la puerta era la señal inequívoca de que era el momento de la tercera copa. Además de ver el mundo de color de rosa, ahora además tenía fuerzas y energía para sobrellevar el resto de la velada que se componía, básicamente, de silencios estruendosos, noticias en la televisión (que me interesaban cero) y un rosario de seis o siete "qué cansado estoy". Al baño y a la cama. 

Aunque de color de rosa, mis veladas eran muy aburridas y supongo que ese fue el motivo por el que la noche en que vi anunciada en televisión la invasión del Irak de Hussein por parte de EE.UU. (y fuerzas de coalición) me pareció que quizás mi vida no estuviese muerta del todo. Al fin y al cabo, el bestia de George Bush había conseguido que mi marido volviese a la vida, cosa que no conseguía yo. Y no solo eso, sino que había logrado que se indignara, se preocupara por algo que no fuese su trabajo, se pusiera de parte del débil y lo comentase conmigo. Ims-allah. Lo celebré con una cuarta copa (y eso me demostró que debía ceñirme a las tres de rigor).

Dormí fatal esa noche, con bombas estallando por la Castellana, gente corriendo detrás de Aznar con palos, botellas de vodka desparramadas por el suelo y preguntas que me gritaban desde un agujero negro en el suelo, y que no lograba oír bien. Me inclinaba hacia el agujero porque las preguntas llegaban ininteligibles pero con tono de apremio, angustiado.


Y me caí en el agujero negro, donde oí con claridad la pregunta:

¿De verdad necesitas una guerra para que tus veladas sean más interesantes?¿No es eso un poco extremo?

Quizás con un divorcio civilizado fuera suficiente...












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