Siento deseo y busco con ardor.
(Safo, poema 16)
Lo peor de
aprender algo es que no hay vuelta atrás: lo sabes para siempre (¿por qué no me
pasaría eso en el colegio?). El ahínco con que había estudiado para ser feliz
hacía imposible que mis conocimientos sobre el tema se esfumaran en el éter y
pudiera empezar de cero; y eso era un problema. Porque si malo es —por pesado— empezar
algo de cero, pude comprobar que era muchísimo peor empezar desde doscientos.
Cualquier cosa
nueva que estudies sobre un tema del que ya sabes mucho —y yo sabía muchísimo
ya sobre felicidad— que entre en conflicto con lo que ya tienes aprendido y
aprehendido de antes, es siempre fuente segura de problemas (grandes). En mi caso, en ese momento el conflicto era: felicidad consciente vs contenta-porque-sí. A nada
que lo que ya sabes bien difiera en fondo o forma de la novedad que quieres hacer tuya, saltan todas
las alarmas: tu cuerpo se tensa, tu respiración se agita y tu mente se bloquea
enfocándose únicamente en echar a correr. No sé por qué pasa eso, pero pasa.
Una de las
teorías que estudié durante mi experimento —y casi la única con la que
simpaticé y la que más esperanzas y alegrías me dio durante su estudio— fue la
que dice que nosotros creamos nuestra propia realidad (con pensamientos millones
de veces repetidos estructuramos nuestras creencias que, a su vez, son las que
hacen que la mente se enfoque en aquello en lo que damos por cierto, et voilá!: el mundo nos entrega aquello
que creemos nos pertenece o merecemos. Si has sido listo y has pensado muy
seguido muchos años en yates, mansiones, relaciones amorosas perfectas,
círculos de amistades (peligrosas o no) satisfactorias, premios Nobel que se te
conceden por hacer y/o leer lo que sea tumbado (esta es mi fantasía favorita), John
Malkovich (mi segunda fantasía favorita), ejércitos de criados y mucamas,
títulos de propiedad de grandes extensiones de pasto en Nueva Zelanda con miles de ovejas encima
(esta por poco se me cumple, ¡qué miedo!), pues habrás pavimentado tu futuro
con los pensamientos de tu ahora (feliz-presente-regalo).
Así pues, tenía
que ir con mucho cuidado para no caer en la trampa de la bipolaridad. Lo que
era difícil, porque si tomaba la decisión de volver a mi antigua dieta —pepinillos
en vinagre con patatas fritas de churrería como plato único en las tres
comidas principales—, mi aprendiza de feliz consciente se erguía todo lo alta
que era (y ya lo era mucho) protestando con mucho ruido: te quedarás sin el poco calcio que te queda; te bajará el hierro; te
aumentarán la celulitis, el colesterol y el mal aliento; te bajará el tono
muscular (¿más?), etc.
Valientemente, yo intentaba contra-atacar con sus propios argumentos:
Valientemente, yo intentaba contra-atacar con sus propios argumentos:
—¡Tú decías que
creamos nuestra propia realidad con nuestras creencias! Y, además, el ser
consciente de ellas ayuda a afianzarlas o eliminarlas, según nos convenga… Yo
creo que soy delgada y mi salud es perfecta y tengo una mente despierta y ágil.
—Pero,
criatura, ¡si no te has creído ni una sola palabra de los doscientos libros que
has estudiado! Te has limitado a dejarte acojonar por ellos, ¿qué creencias vas
a eliminar o afianzar?
Pero soy más
chula que un ocho, así que me sentaba delante de mi serie favorita (después de diez
años sin ver televisión, había descubierto las series) con un bol de pepinillos
con sabor anchoa y patatas fritas de bolsa.
Cuando acababa
el capitulo me había metido en el body
dos o tres boles de mi comida favorita. Y en vez de satisfecha y alegre, me
sentía culpable y gorda. ¿Por qué?, me preguntaba llorosa y temblona. Antes no
tenía episodios de este tipo, así que me asustaban bastante. ¿Habría perdido el
juicio?¿Estaría entrando en depresión? O peor: ¿tendría ya una depresión
encubierta?
Y esa idea
disparaba el pánico. ¿Qué hacer? Tres whiskies sin hielo ni agua, a palo seco. Si
quería emborracharme para olvidar lo feliz que era —al menos por unas horas— no
quería pasarme toda la mañana intentándolo. A grandes males, grandes remedios.
Y como decía Escarlata O’Hara: “Mañana lo pensaré”.
Porque ¿quién
quiere pensar ahora (presente-regalo-feliz) en que antes lloraba porque quería
y era feliz porque sí y ahora presente-regalo-feliz) lloraba sin querer
hacerlo y era infeliz sin poder evitarlo? Me empezó a gustar el concepto de
mañana para casi todo.
Pero mañana era
igual…
La primera fase
de Swabb no me servía. Pasaría directamente a la segunda: cirugía inicial in
situ. Parecía un poco más radical y chapucera, pero tenía que probar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario