viernes, 15 de mayo de 2015

Experiencias y Felicidad

En lo que mi amiga Paloma llama el terrible cotidiano -terrible por lo repetitivo- experimentamos casi de continuo acontecimientos físicos que, a su vez, desencadenan en nosotros acontecimientos emocionales y psicológicos de tamaño y  peso variado. Si no nos andamos ojo avizor pueden convertirse en automáticos.

Esto no es malo per se. De hecho, esto en en muchos casos una ventaja. Por ejemplo, es una ventaja que respiremos automáticamente, que sonriamos ante una sorpresa; es buenísimo que no tengamos que controlar de forma consciente y personal la circulación de nuestra sangre o la filtración de nuestros riñones, y es fenomenal que no tengamos que recordar mantener una saludable ritmia de nuestro corazón o un sensato crecimiento de las uñas de nuestros pies... 

La Naturaleza es sabia y compasiva, y nos ha facilitado todas estas tareas apartando nuestra consciencia de hechos que no podríamos controlar aunque quisiéramos (por falta de tiempo, más que nada) para que nos sintamos libres de ser, hacer y tener otras cosas mucho más divertidas y menos cotidianas que sí podemos controlar, como comprarnos ese bolso o apuntarnos a una clase particular de botánica en El Escorial.

El automatismo deriva de lo bien que hacemos algo por haberlo hecho muchas veces seguidas, como conducir de casa al trabajo, preparar el desayuno del niño o tender la ropa; actividades que nos permiten, por su automatismo, pensar en otras cosas mientras las llevamos a cabo. Peeeeero... El automatismo no es tan bueno -de hecho es perjudicial para la salud- cuando nos proporciona vía libre al automachaque y autoflagelo con actividades mentales que desembocan en cosas muy poquísimo divertidas como el terror autoinducido.

Mi episodio más escandaloso de este tipo de actividades mentales automáticas ocurrió (bueno, lo ocurrí yo) durante una mamografía (primera y última, no me vuelven a pillar) en la que me prensaron los pechos con la misma facilidad con que aplastamos una flor entre dos secantes. Cuando empecé a vestirme de nuevo,  la enfermera me dió el alto y me dijo que esperara diez minutos porque me tenían que repetir la última "toma".

Desde la sala de rayos salté directamente y sin atajos a la escena en que decido que tengo cáncer, sí, pero a mí no me quitan un trozo de Rosa ni de coña. De ahí salté de inmediato a las tristísimas escenas consecutivas de despedirme de las niñas y darles instrucciones sobre mi funeral --discreto, por supuesto--, pidiéndoles entereza y madurez. El automatismo me llevó luego a preguntarme cómo se las apañarían las pobres tan pequeñas, solas, y a planificar cuidadosamente con quién vivirían cuando ya no estuviera yo.

Todo eso en cinco minutos, sola y a medio vestir en una habitación llena de máquinas donde hacía un frío que pelaba.

Las lágrimas de apenada madre corrían por mis mejillas que daba gusto cuando escuché un "Perdone, señora, todo está bien, el doctor no ve ninguna anomalía". De repente sentí dos emociones encontradas clarísimas: por un lado, un alivio superbestia, por supuesto; por el otro, una rabia desatada; después de todo lo que había tenido que "arreglar" y "decidir" ante tan dolorosa situación, ¿ahora resultaba que no tenía nada? ¡Amos anda!

Reflexionando más tarde sobre el asunto me quedé pasmada ante el caudal generosísimo de imaginación que desarrollé en dos minutos encaminándome directa a lo peor. ¿Por qué no se me ocurrió "automáticamente" que podía ser un perfeccionismo del médico que a mí, en realidad, no tenía por qué afectarme? Pero con la guardia baja me afectó...

¿Por qué los automatismos pueden ser tan buenos y tan malos? 

En los automatismos que afectan de forma directa a las emociones yo tengo que estar alerta; aunque mis impulsos de ir cuesta abajo y a toda velocidad han disminuído considerablemente, no me fío todavía de ellos ni un pelo.

¿Mi truco? Dar mentalmente un paso atrás ante cualquier situación de "al borde del abismo" y mirarlo como si no fuese conmigo. Es más fácil de lo que parece y da resultados espectaculares. Y lo sigo haciendo una y otra vez, hasta que se haya convertido en automatismo y no tenga que pensar en ello siquiera...

Me voy a terminar de trasladar la cocina al salón que mañana temprano vienen a instalarme el suelo nuevo. Pero estoy tranquila: en lugar de imaginarme la que me van a armar a las 8 de la mañana y lo que luego me tocará limpiar, rascar, levantar y volver a bajar, me imagino directamente las 8 de la tarde con todo nuevo, limpio y, sobre todo, recolocado con sensatez. 

¡Feliz finde de San Torcuato! (me toca más de cerca que san Isidro).

No hay comentarios:

Publicar un comentario