viernes, 18 de septiembre de 2015

La fórmula de la felicidad (y II): Magia Potagia...

Para alcanzar la verdadera madurez tienes que descubrir qué es lo que más valoras. Es extraordinario descubrir cuán poca gente lo alcanza. Parecen no haberse parado nunca a considerar qué es lo que tiene valor para ellos. Malgastan grandes esfuerzos y en ocasiones hacen enormes sacrificios por valores heredados o imbuídos por otros que, en realidad, no cubren sus verdaderas necesidades. Y pierden así el auténtico significado de la vida.
(Eleanor Rooselvelt,11 Keys for a more fulfilling life)

La fórmula mágica:

Actitud + Intención + Confianza = Felicidad


La felicidad, cuando la empezamos a buscar, es un poco esquiva y puede parecer revoltosa... Dice la leyenda que, al igual que a las mujeres, no hay quien la entienda.

Y es una fama injustificada porque somos bien sencillitas: si decimos que no nos pasa nada, quiere decir que estamos echando humo; si decimos ya veremos quiere decir que ni lo sueñes; si decimos que lo pensaremos, queremos decir que sí; y si decimos que sí, queremos decir que por supuesto y de inmediato. Si una amiga nos pregunta que qué tal va con esa falda y le contestamos que tiene un color de uñas ideal queremos decir que va hecha una facha... ¿Quién no entiende eso, por diossssss? Es un lenguaje bien sencillo, solo hay que saber un poco de cálculo creativo...

Los hombres en cambio son un poco menos delicados, aunque ellos dicen que son simples: si dicen sí, están diciendo que sí; si dicen no, están diciendo que no y si les preguntas que si vas bien o si creen que estás gorda te van a decir la verdad. ¿Quién entiende eso, por diosssss? Dicen, también, que se les puede adivinar el pensamiento...

Bueno, pues la felicidad en su segunda y última fase (o sea, que le has pillado el truco y llevas carrerilla) es un poco como ellos: sí es sí y no es no. Absolutamente. Y, además, puedes adivinar perfectamente si llevas buen camino o te vas escorando hacia el lado que no te conviene.

Hay que trabajarla un poquito y estudiar las consecuencias de creer o no creer en esa verdad absoluta.

Hay que empezar por la actitud. La actitud para seducir a la felicidad es el equivalente a tu aspecto físico en tu primer y esperado encuentro romántico con alguien. Igual que un hombre nunca te mirará dos veces por mucho que pases ante él si vas hecha un trapo, o llevas cara de pena o mala hostia, la felicidad no se te acercará si se huele que andas todo el día quejándote, pensando en la mala suerte que tienes, lo triste que es tu vida o que la culpa de tu despido ha sido del jefe —que te tiene manía, por supuesto.

La felicidad nos hace ojitos a todos y siempre pero solo te perseguirá con ahínco si tú también andas por ahí buscándola con interés, recordando todos tus bienes y aceptando con paciencia y buen humor tus males, mientras trabajas para que la cosa vaya todavía mejor, deseando disfrutar de ello y estando dispuesto a no parar hasta darle caza —con ayuda o sin ella.

La actitud es la decisión que tomas alegremente de no rendirte hasta alcanzar el objetivo deseado, pase el tiempo que pase y bajo las circunstancias que te rodeen. Es saber que todo pasa y que no hay mal que cien años dure y que, si haces tu parte, serán muchos menos de cien.

La actitud es pensar en ello de forma casi obsesiva, como cuando empiezas a salir con tu novio o te dan tu primer trabajo: es probar esto y aquello y todo lo que se te ocurra para ver si esa es la manera (o una de ellas) de que se rinda y caiga a tus pies por siempre jamás. Y a diario, que ya sabemos que la felicidad hay que buscarla sin descanso para hacerla nuestra cada día. La mala noticia es que, en esto no hay vacaciones, y al mínimo descuido, tu nivel de felicidad retrocede.

Por ejemplo:

Nuestra protagonista, Elisa, acaba de pasar una mala racha y con el alivio de salir de ella vienen las ganas de volver a disfrutar. Todos están más que contentos de verla, les admira la forma en que ha salido del asunto y la han estado apoyando y vitoreando por su valor y buen hacer en un asunto tan difícil... Está muy contenta y va a una reunión de buenos amigos con una actitud sinceramente positiva, alegre y esperando lo mejor de la velada. Ha salido del túnel y no piensa volver a él.

La velada discurre de forma inmejorable, es todo agradabilísimo, cada vez más.

Hasta que alguien cuenta algo magnífico que le ha pasado; algo casi increíble. Le piden más detalles (el odioso ¡otra, otra!) y el afortunado se pone a desgranarlos para admiración y contento del grupo entero que se apiña a su alrededor. Son tantos los detalles maravillosos de lo que le ha ocurrido que nuestra Elisa piensa que qué buena suerte. Pero no se alegra mucho, no sabe por qué. Es más, cuanto más se alegran los otros y lo vitorean, más rojillo se va haciendo un pellizco que ha aparecido en su barriga sin que se diera cuenta.

El pellizco de la tripa se le va haciendo más apretado y más coloráoh según la gente vitorea y jalea a Enrique más y más... Y de repente recuerda todo por lo que ha pasado y lo que ha hecho para superarlo —y, además, los otros lo dicen. Se lo han estado diciendo durante cinco meses, ¿no? Entonces, ¿por qué ahora este mindundi de Enrique que no merece nada porque no ha hecho nada está rodeado de multitudes que lo felicitan por algo que, por porcentaje de desgracias y derecho de nacimiento, es suyo? Esto lo arreglo yo en un pispas, decide nuestra chica.

—Por cierto, yo también tengo una buena noticia: me ha dicho el médico que es muy poco probable que se me reproduzca el cáncer... —anuncia triunfante con cara de mártir agradecido.

Y, con ello, por dos segundos gloriosos, se hace de nuevo con la atención de la fiesta entera.

Todos se alegran, claro, pero nuestra chica ha planchado la fiesta; para ella misma y para todos. Porque, claro, ¿quién es el guapo que jalea al de la loto millonaria cuando tenemos aquí mismo una santa? Pensando en que puede que el año que viene se le reproduzca su enfermedad, los otros no saben qué pensar acerca de si es o no decente alegrarse tanto por una frivolidad como es un premio de diez millones de euros que le han tocado a una persona sana y alegre como ella sola...

Por ese segundo de gloria, ha perdido una noche entera de alegría. Porque lo peor de todo es que ese segundo de atención general no le ha dado lo que buscaba: la felicidad de sentirse importante. Sólo se le han ahuecado un poco las plumas durante ese momento que ha vuelto a ser rabiosa actualidad; y sólo hasta que cayó en la cuenta de que ha estropeado un buenísimo rato.

Pero si no reclamaba su posición de prota esa noche, si pierde esa ocasión, corre riesgos enormes... ¿Y si siendo feliz solo será protagonista de su propia vida y la de nadie más?¿Y si siendo feliz no vuelve a ser protagonista en la vida de los otros, ni siquiera un rato? Más vale recordarle a la gente mi existencia de vez en cuando, aún a costa de un mal rato para todos, que arriesgarme a desaparecer en la nada aunque fuera llena de felicidad, ¿no?, intenta convencerse.

Se nos olvida con excesiva frecuencia que la gente no recuerda casi nunca lo que dijimos pero recuerda siempre cómo la hicimos sentir.

Nuestra prota y sus amigos hubieran seguido felicísimos en la fiesta si, al notar el pellizco en la barriga, lo hubiera observado con interés y lo hubiera comentado de forma humorística consigo misma: Anda, mira, ahí va mi necesidad de protagonismo... A ver qué hace ahora. Mira qué interesante: mi envidia por los diez millones de la loto  de Enrique compitiendo por llevar a mi ex-cáncer a primera linea de actualidad... Y ahí hubiera quedado la cosa. Hubiera seguido la fiesta y nuestra chica hubiera disfrutado [casi] tanto como los otros festejando los millones de Enrique; y felicitándose por haberse pillado a tiempo de evitar el patinazo y la consiguiente metedura de pata para su propia felicidad.

En realidad, nuestra actitud, siendo la conveniente, está diseñada para bastarse y sobrarse en esto de procurarnos la felicidad. Y un día, si nos empeñamos, nuestra fórmula de la felicidad quedará así de simple:

Actitud + Intención + Confianza = Felicidad

Perooooo... Cuando empezamos a buscar la felicidad, nuestro cambio de actitud —que decidimos tras un segundo de revelación mística espontánea y diez años de aburrimiento y cansancio de tener mala suerte— puede que tarde un tiempo aún en asentarse de forma mas o menos definitiva, y hemos de estar alerta. Por eso necesitamos hacer un esfuerzo consciente para que la nueva actitud se quede con nosotros y no se limite a ser un episodio más de subidón bipolar en nuestra larguísima lista de “Mentiras y decepciones de mi perra vida”.

Para conseguirlo podemos dar dos pasos y afianzar esa actitud:


Establecer con la mayor claridad posible una intención al respecto. Y lo haremos con inteligencia y astucia...

Como es muy difícil establecer con claridad (y creérnoslo) la intención de Seré feliz para siempre jamás, hemos de hacerlo de forma que nuestra mente y nuestra lógica personal se lo crea. Poquito a poco, como cuando le damos las últimas cucharadas de papilla a un niño ya casi ahíto.

Puede ser algo tan humilde como: Disfrutaré hoy mi clase de francés pase lo que pase; aunque mi pronunciación no sea perfecta. Al fin y al cabo, estoy aprendiendo francés; si lo tuviese ya perfecto, no tendría que ir a clase. Me fijaré en las nuevas palabras que aprendo y la pronunciación irá mejorando inevitablemente. Esto es una verdad objetiva que nuestra mente y nuestra lógica pueden tragarse y digerir con facilidad.

Nos comprometemos a tener confianza en nosotros mismos, en la vida, en ese día y en que la profesora nativa de francés sabe lo suficiente para enseñarnos francés; al menos, algo de francés.

Aunque su método pedagógico sea terrible, sabe más francés que nosotros; eso es indudable. Eso es un hecho objetivo que nuestra mente y nuestra lógica no tienen más remedio que aceptar. Un nativo francés sabe más francés que un inglés que está aprendiendo francés. Eso no puede negarlo ni siquiera nuestra particular y susceptible lógica.

Acerca de la confianza hay mucho que decir. Es una parte de la ecuación igual de importante que la actitud y la claridad de intención. Estamos más familiarizados con la palabra que con el concepto de confianza, así que no la menosprecies: es fundamental.

Confía en tí mismo. Confía en el universo (o en la vida, o en Dios, o en Lo Que Sea que tú crees que te apoya y te sostiene). Confía en que tus elecciones y decisiones son válidas. Confía en que puedes enmendar posibles errores. Confía en que puedes ser perdonado. Confía en que puedes pasar página y dejar ir cualesquiera errores que creas o sientas que otros han cometido contigo. Tienes que convertir tu vida en algo que fluya con facilidad, a favor de la corriente, de tu corriente. Tienes que liberarte, sentirte ligero, estar dispuesto a crecer, expandirte y dejar ir todo aquello que, en forma de viejas heridas u ofensas, sientes que te mantiene parado, estancado, retrasado, paralizado; con la sensación de que no avanzas.

No podremos crear la vida que de verdad deseamos si mantenemos nuestra energía concentrada en el resentimiento, temores y rabia acerca de lo que ya pasó. Necesitamos dejar atrás (que no esconder) viejas ofensas, y hacerlo de forma consciente, sabiendo que es la manera más rápida y eficaz de poder crear la vida que de verdad queremos vivir.

Y tenemos que entender que hay gente que no tiene la inteligencia ni/o la habilidad suficientes para actuar de forma racional Y QUE ESO NO TIENE NADA QUE VER CON NOSOTROS. Por nuestro bien, y pensando egoístamente, habremos de perdonar incluso a aquellos que son dificilísimos de perdonar.


Felicidad a lo bestia. Esa es la
que perseguimos.
Hala, ya he terminado; el sermón del domingo lo he dado hoy ;-D


¡Feliz y venturoso finde!

2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo.La felicidad bien merece un esfuerzo.

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  2. Totalmente de acuerdo.La felicidad bien merece un esfuerzo.

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