lunes, 24 de febrero de 2014

Egoísmo bien entendido

Mi mente es perezosa.
Con frecuencia, no hacer nada
es mi más beneficioso modo de trabajar.
Virginia Wolf

—Tengo problemas con Dios… —entra como un vendaval en la consulta.
—Uh, uh….
—¿Se ríe de mí?
—En absoluto, tener problemas con Dios es peor que tener problemas con cualquier otra cosa.

Tomó unos apuntes rápidos en la ficha, se repanchingó en la butaca y miró con curiosidad a su interlocutora. Luego le preguntó:

—Y dígame, ¿qué problemas tiene exactamente con Dios?
—Bueno, doctora, esperaba que Ud me aclarase este punto…
—Señora Mateos, no he estado presente en sus discusiones con dios; malamente puedo aclarar extremos de los que no conozco ni su existencia —y se quedó tan ancha.
—No me escucha, no me contesta a lo que le pregunto, no me da lo que le pido y el caos parece invadir el mundo entero, la crisis nos come, la corrupción nos invade, la juventud está sin empleo y Él no hace nada. Es egoísta, prepotente y narcisista. Y muy poco comunicativo, como todos los de su calaña.
—Defina calaña…
—Hombres.
—¡Qué interesante eso que dice! ¿Ud. cree que dios es hombre?

Ella mira a la doctora casi escandalizada.

—¿Usted no? ¿No será una de esas modernas que creen que Dios es la Diosa Madre, Todopoderosa Nutridora, Atenta Cuidadora, en resumen: mujer? Porque no tiene ninguna pinta de ser una de nosotras...
—Pues lo cierto es que nunca me he entretenido en intentar definir a dios, pero vamos a lo suyo, que es lo importante. ¿Qué problema tiene con él, exactamente?
—Bueno, no es un problema concreto; son muchos, todos los que le he dicho.
—¿Qué idea tenía usted de dios que parece haberla defraudado? ¿Qué cree Ud que debería ser dios para que no tuviera problemas con él? ¿Cómo sería Ud si fuera dios? —la doctora seguía mirándola atentamente; parecía fascinada con ella.
—Pues lo tengo muy claro: todos, absolutamente todos seríamos iguales, absolutamente iguales, ¡eso lo primero!
—¡Qué interesante! ¿Y qué más? ¿No le parece que todos somos ya iguales?
—¿A usted se lo parece? Jóvenes que parecen modelos y levantan la envidia de las que no se saben maquillar; hombres multimillonarios que no saben qué hacer con tanto dinero pero no dan de comer a los pobres negritos que mueren como chinches en esos países tan desoladores; mujeres elegantes que cuando se deshacen de sus trapos los tiran en lugar de darlos para que nadie vuelva a llevar lo que ellas llevaron; profesores que abusan de niños; padres y madres que se dedican a podar a sus hijos a su conveniencia y según sus estados de ánimo... Rubios que matan por ser morenos; pobres que matan por ser menos pobres... 
—O sea, que está siendo literal: todos absolutamente iguales en el mismo sentido...
—Sí, así es —tomó aire y prosiguió—. En segundo lugar, trataría a todos mis hijos de la misma manera: con justicia perfecta, amor infinito, les daría libertard absoluta y dejaría que tomasen sus propias decisiones según sus gustos y sus creencias...
—Eso ya no sería posible: todos decidirían hacer lo mismo y tomarían las mismas decisiones a la vez, puesto que todos –al ser absolutamente iguales— tendrían las mismas creencias y gustos y, por lo tanto, se encontrarían todos en el mismo punto exacto del tiempo y del espacio a la vez… Aunque tiemblo al pensar en esas corrientes masivas de población migratoria cada vez que cambiase el deseo común, que ya serían un problema serio si el destino fuese, por ejemplo, Rusia, Estados Unidos, Canadá, China o Sudamérica entera. Pero, ¿qué pasaría si todos quisiésemos vivir alegremente en Menorca, por ejemplo?
—Bueno, pues agrandaría Menorca, porque soy Dios y puedo.
—Bien, punto aclarado. La felicito por su imaginación expansiva. Es innegable que ha pensado en todo este asunto muy detenidamente. Prosiga, por favor.
—Por cierto, doctora, quiero aclararle que el orden en que enumero estos puntos es para aclararme yo, no porque unos puntos sean más importantes que otros; todos son básicos e innegociables, por supuesto...
—Por supuesto.
—Bien. En tercer lugar, eliminaría el paro; es más, no lo habría creado.
—El paro no sería problema, pues le recuerdo que los ha creado a todos iguales: todos trabajan o todos en paro. Si fuera así no se llamaría paro, así que ¡eliminado el paro! O no creado, como dice usted.
—Eso es, todos tendrían trabajo; un trabajo digno y bien remunerado.
—Todos trabajarían en lo mismo, ya que todos tienen las mismas creencias y deseos y gustos. Defina un trabajo digno y bien remunerado. ¿A qué los dedicaría? ¿Todos ingenieros industriales? ¿Todos médicos? ¿Todos agricultores? ¿Todos presidentes de gobierno?
—Todos dignos y bien pagados, haciendo lo que les guste. Por encima de todo, la ética.
—Propone usted una idea original de sociedad; original y enormemente justa. Si lo he entendido bien, habría usted creado una Menorca enormemente expandida habitada por seis mil quinientos millones de dignos profesores de ética, todos rubios y muy bien remunerados, amados incondicionalmente por usted que es dios, que los mantiene a salvo de todo contratiempo ¿es así?
—Por ejemplo.
—Bien, y dígame, ¿dónde gastarían esos mil millones de profesores de ética su digna remuneración? Porque no hay más que profesores de ética: no hay agricultores, ni recolectores, ni fabricantes de mermelada, ni de lavadoras, ni arquitectos, ni mezcladores de cemento, ni…
—¡Basta! Yo arreglaría cualquier pega que pudiera surgir: crearía las casas de la nada, las hortalizas surgirían de la tierra por mandato mío (todos seríamos vegetarianos) de tal forma que no hiciera falta sembrarlas, cocinarlas ni tratarlas. Porque, señora mía, al ser todos profesores de ética, no habría productores de abonos químicos que envenenaran a mis hijos.
—¡Guau! Es alucinante.
—¿Qué le parece? ¿No sería eso lo justo? Mi mundo sería perfecto, no esta chapuza de mundo creada por un prepotente y descuidado egoísta, de naturaleza narcisista y poco comunicativo ser que se mantiene alejado de sus hijos a los que miente diciéndoles que pidan y se les dará y luego los deja preguntándose que qué es lo que han hecho mal para pedir y que no se les conceda… ESE es el problema: que miente como un bellaco.
—Uh, uh… Y dígame, ¿cómo es su padre?
—¿El terrenal?
—Sí, sí, el terrenal. Su padre biológico.
—Es inteligente, divertido, trabajador, adora a sus hijos y a su mujer, y nos lo ha dado todo.
—Por suerte, su padre no se parece a dios, ¿eh? Aunque hubiera estado genial que dios sí se pareciera a su padre, ¿no?…
—¡Desde luego! Y usted, doctora, ¿qué haría si fuera Dios?
—Uuummm…
—Venga, ¿cómo lo haría? No es tan difícil, usted sabrá cómo es su mundo ideal, ¿no?
—Bueno, este no me parece malo, la verdad. Aunque sí mejorable, claro…
—¿Entonces? ¿Cómo puedo arreglar el mundo, doctora? Me estoy volviendo loca con este mundo que me parece que no es el mío. Injusto, imperfecto, competitivo, ignorante…

La doctora miró a su paciente fijamente, mientras se decía que no iba a consentir que esta loca se subiera por las nubes y se quedara atascada allí. Había llegado el momento de ponerle las cosas claras y los pies en el suelo. Iría con cuidado pero sería firme:

—¿Y por qué no se arregla usted primero?
—¿Cómo dice?
—Mire, señora Mateos, déjese de zarandajas y de arreglar el mundo, que es algo que no puede hacer. Ocúpese de usted, de forma egoísta, poniéndose la primera de la fila en sus prioridades. Cuando haga eso con maestría, podrá hacer algo por el mundo, sin duda.
—¿Me está usted diciendo que hay que ser egoísta? Por Dios bendito…
—Sí, egoísta, porque mientras esté jodida no puede arreglar nada que no sea usted misma, ¿es que no lo ve? Si cada uno nos ponemos los primeros de nuestra propia fila, se acaban los problemas. NO SE INQUIETE. Relájese. Haga cosas que le gustan, disfrute de su casa, sus amigos, cómase un trozo de su tarta preferida y déle gracias a su dios por todo eso.
—Sí, eso es muy fácil decirlo, pero ¿cómo evitarlo? —lloriqueó, derrumbándose.
—Sencillamente, no se inquiete. ¿Qué parte de no se inquiete no ha entendido? Deje que su dios se ocupe del mundo mientras usted se ocupa de usted y disfrute, que luego podrá echarle una mano, si lo desea (y a lo mejor se queda tan fascinada con su propia vida que no lo deseará, y a su dios le parecerá bien, créame).
—Doctora, ¿usted cree en Dios?
—En su caso concreto, dios me parece una buena idea…
—¿Eh?
—Sí, porque está usted ahora en un momento delicado de su vida y tiene que aprender a pensar de forma que la beneficie a usted antes de querer beneficiar al universo entero, deje esos trabajos de Hércules. ¿Y qué le beneficia más: creer que está sola en el mundo, abandonada a su mala suerte? ¿O que hay algo más grande que usted que la sostiene en todo momento y se ocupa de usted? Definitivamente, señora Mateos: dios es una buena idea en su caso. Y no se meta presión con esto, métasela a él, que tiene espaldas anchas.
—Pero…
—Pero nada, que tiene que creer en dios y se acabó. Que a usted eso le conviene, créame que sé de lo que hablo. Mi colega Jung y yo pensamos que nuestros pacientes solo rematan su curación cuando hacen las paces con su dios, sea su dios el que sea.  Y como terapia le recomiendo que ande media hora a diario y escriba tres carillas cada día con todo lo que se le pase por la cabeza en ese momento: sin filtros, sin intentar hilarlo o poner las tildes donde corresponden. Sencillamente, escribiendo sin levantar el boli del papel. Y no se preocupe, que dios no se va a ofender por nada de lo que escriba. Le han dicho ya de todo y no se ha derrumbado nunca. Confíe.
—¡Pero si no sé redactar ni la lista de la compra!
—Hágalo. A lo loco. Déjese llevar.

*   *   *   *   *


—¿Qué te ha dicho la doctora? —le pregunta su amiga Cari en su conversación telefónica de la tarde.
—Que me meta solo en mis asuntos, básicamente. 
—¡Qué raro! Yo creía que tu doctora era menos sensata.
—De todos modos, a mí me parece un tratamiento muy simple; creo que no me toma en serio.
—Que sí, mujer, ¿cómo no te va a tomar en serio? Tú hazle caso, que ella sabe. ¡Ha hecho la carrera de eso!
—Ya, pero tú no has hecho ninguna carrera y me dices lo mismo. Cada día.
—Bueno, seguro que lo mío es casualidad...

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