Tres eran tres las hijas de Helena;
Tres eran tres y ninguna era buena...
Se sabe ¿científicamente? que el mecanismo que desata el
miedo está situado en el cerebro (y aunque a veces no lo parezca,
todos tenemos uno).
Pero ¿qué es el
cerebro, aparte de una especie de nuez pelada en una foto del libro de Ciencias
Naturales? Pues resulta que es algo más complicado que una foto y según
evolucionó la especie elegida, nuestro cerebro hizo otro tanto (¿o fué antes la
gallina que el huevo?).
Aunque
estéticamente, desde mi maniático punto de vista lingüístico, suena mejor decir
"el cerebro humano", en realidad sería más exacto decir "los
cerebros humanos". Sí, sí, porque no tenemos uno, sino varios. Y para
complicar más la cosa, aquí las matemáticas no cuadran. Y si no, ya veréis.
Si cortásemos
nuestro cerebro por la mitad, de arriba a abajo y de perfil como en la foto -- como hacían
nuestras madres amorosas con los de los corderitos para rebozarlos y freírlos y
luego pretender que nos comiéramos eso--, veríamos que está compuesto de
capas, concretamente tres, y cada una de ellas es un cerebro. ¡Ja!
Como el tronco de un árbol ya viejo, el cerebro total tiene en el centro
un "nudo" que, al igual que en el tronco de los árboles, fue lo
primero que se formó, una especie de núcleo pero con forma de huevo con una
patita y un bracito (de hecho, parece un dibujo de nuestros ancestros de las
cavernas; muy esquemático, eso sí). Ese núcleo fué nuestro primer cerebro y se
llama cerebro reptiliano,
vete a saber por qué (¿fuimos lagartas antes que monas?). Este cerebro primarísimo y primerísimo se encarga,
tanto en humanos como en el resto de especies animales, de regular las funciones
fisiológicas involuntarias de nuestro cuerpo (o sea, las que no podemos
controlar por voluntad propia). Es el responsable de la parte más primitiva del
reflejo-respuesta, es decir de nuestra supervivencia. Como no
piensa, pues ni sufre ni padece; sólo actúa en función de las necesidades
de nuestro body: control hormonal y de la temperatura, hambre, sed, motivación
reproductiva, respiración... Por lo que para sufrir y padecer necesita de
ayuda.
Como la vida debía de ser
muy aburrida sin emociones, con el tiempo desarrollamos una segunda capa, que
se formó alrededor de nuestro reptiliano. Esta capa, más sofisticada que la
primera, ¡donde va a parar!, se llama sistema
límbico (o cerebro
mamífero), y es el que, con un montón de aparatologías y mucha parafernalia
(taquicardia, ataques de pánico, sudoración, etc), ayuda a nuestro cerebro
primario a sufrir y padecer.
Es el encargado
de regular las emociones, la lucha, la huida, la evitación del dolor y en
general todas las funciones de conservación del individuo y de la especie. Este sistema
revisa de manera constante (incluso mientras dormimos todo sigue funcionando)
toda la información que se recibe a través de los sentidos, y lo hace
mediante la estructura llamada amígdala
cerebral (no confundir con
las anginas), que controla las
emociones básicas: el miedo y el afecto. Se encarga de localizar la fuente del peligro y otras cosas
un poco más perras como son el amor, el odio, el altruismo, el deseo,
los celos, la angustia, el temor, la culpa, la
euforia... Con ayuda del hipotálamo, la amígdala, los bulbos olfatorios, y no sé
qué cosas más regula nuestro comportamiento sexual y la expresión oral de las
emociones. Se encarga, también, del comportamiento maternal (proteger y cuidar a
las crías hasta que ellas puedan valerse por sí mismas), y está
conectado físicamente con todos nuestros órganos internos. El sistema límbico propicia el clima
emocional necesario para la motivación al logro, ya que trabaja con una serie
de neuroquímicos que impulsan al cerebro reptil a movilizarse hacia el logro de
nuestros deseos o fracasar estrepitosamente en ello. De esa forma,
regula la condición de expansión o contracción de ellos.
Por si no lo sabías, los estados emocionales
tales como la rabia, depresión, frustración, el estrés o el miedo, provocan que
algunos órganos sufran las consecuencias de la contracción, tensión e
irritación desarrollando enfermedades de lo más variopintas. Antes este tipo de
teorías sobre la somatización de las preocupaciones o miedos se llamaban cosas de la nueva Era, luego se
llamó Medicina Alternativa y ahora ha pasado al puesto de honor de la base de
la Física Cuántica: "Todo está conectado" (que eso ya lo decía mi
cuñado Juanjo mucho antes que los científicos), o Teoría de Cuerdas (¡qué nombre tan chulo!).
Así que ya tenemos lo necesario para sufrir y
padecer, empezando por el desestabilizante hecho de que las matemáticas aquí
dejan de cuadrar: la suma del cerebro reptiliano más el cerebro límbico da como
resultado el cerebro emocional (1+1 = 1).
Peeeeeeero, no nos bastaba con este grado de
complicación, y desarrollamos otra capa más (¿quién sabe con cuántos cerebros
acabaremos cuando nos extingamos?). Esta tercera capa, o tercer cerebro, se
llama neocórtex (neo por lo novedoso y córtex porque es, de momento, la última capa
y hace de corteza de todo este lío, supongo), y él solito conforma el llamado cerebro racional. Ya
tenemos cinco cerebros (no voy a hacer la ecuación porque también es bastante
desestabilizadora).
Esta última capa o corteza final (hasta
ahora) es la que nos da la mal llamada conciencia de nosotros mismos y
de otros (con esto ya empieza todo a estar desconectado) y controla (si la
dejamos) nuestras emociones.
Por si fuera poco esta trabajera, es también el que desarrolla nuestras capacidades cognitivas: la memorización, concentración, autoreflexión, resolución de problemas, habilidades sociales… Esta es, en una palabra, nuestra parte consciente, tanto a nivel fisiológico como emocional. Como no podía ser de otra forma y todos sabemos, el neocórtex femenino contiene aproximadamente 19 mil millones de neuronas mientras que el del varón contiene 23 mil millones. Y digo yo, ¿quizás nos faltan los 4 mil millones de neuronas necesarias para cazar y apreciar las gracias del fútbol y de las ferreterías?
Por si fuera poco esta trabajera, es también el que desarrolla nuestras capacidades cognitivas: la memorización, concentración, autoreflexión, resolución de problemas, habilidades sociales… Esta es, en una palabra, nuestra parte consciente, tanto a nivel fisiológico como emocional. Como no podía ser de otra forma y todos sabemos, el neocórtex femenino contiene aproximadamente 19 mil millones de neuronas mientras que el del varón contiene 23 mil millones. Y digo yo, ¿quizás nos faltan los 4 mil millones de neuronas necesarias para cazar y apreciar las gracias del fútbol y de las ferreterías?
(Y ¿dónde éstan en el neocórtex varonil los cientos de miles
de millones de esas neuronas necesarias para curtir pieles, limpiar la cueva, tejer
bambú, cocinar mamut, barrer los restos de hoguera, fregar cacharros, cerrar la
tapa del inodoro –y mear dentro—, ir
al pediatra con los cachorros, encargarse de la agenda escolar-social-familiar
de la tribu entera, ir al tinte, zurcir las pieles, consultar al chamán ese acné adolescente, felicitar cumpleaños y
aniversarios, saber que de un catarro no te mueres, poner la lavadora,
localizar unos calcetines negros entre diez calzoncillos blancos, mecer y
acunar a las crías, coger setas no
venenosas, untar tostadas de mantequilla sin que caigan al suelo bocabajo, hacer el amor pensando en la
lista de la compra y/o simular un par de orgasmos geniales mientras planificas la tutoría de mañana?, me pregunto con
cierta frecuencia)
En fin, que todo este rollo sirva para consolaros, pues viene a decir que: el miedo es algo
irreal (aunque cuando nos zumba no nos lo creamos), no físico y está ubicado en un pedacito de nuestro cerebro que podemos controlar, al
decir de los expertos. Eso para que os tranquilicéis recordándolo en cuanto
temáis algo, que ojalá lo hubiera yo sabido cuando lo empecé a necesitar de verdad aquella tarde mientras me tomaba una copa a solas sabiendo a mis hijas a salvo con la wonder woman en el parque…
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