lunes, 6 de mayo de 2013

Mieeeedooo... ¿dónde estáááás?

Tres eran tres las hijas de Helena;
Tres eran tres y ninguna era buena...

Se sabe ¿científicamente? que el mecanismo que desata el miedo está situado en el cerebro (y aunque a veces no lo parezca, todos tenemos uno). 
Pero ¿qué es el cerebro, aparte de una especie de nuez pelada en una foto del libro de Ciencias Naturales? Pues resulta que es algo más complicado que una foto y según evolucionó la especie elegida, nuestro cerebro hizo otro tanto (¿o fué antes la gallina que el huevo?).
Aunque estéticamente, desde mi maniático punto de vista lingüístico, suena mejor decir "el cerebro humano", en realidad sería más exacto decir "los cerebros humanos". Sí, sí, porque no tenemos uno, sino varios. Y para complicar más la cosa, aquí las matemáticas no cuadran. Y si no, ya veréis.
Si cortásemos nuestro cerebro por la mitad, de arriba a abajo y de perfil como en la foto -- como hacían nuestras madres amorosas con los de los corderitos para rebozarlos y freírlos y luego pretender que nos comiéramos eso--, veríamos que está compuesto de capas, concretamente tres, y cada una de ellas es un cerebro. ¡Ja!
Como el tronco de un árbol ya viejo, el cerebro total tiene en el centro un "nudo" que, al igual que en el tronco de los árboles, fue lo primero que se formó, una especie de núcleo pero con forma de huevo con una patita y un bracito (de hecho, parece un dibujo de nuestros ancestros de las cavernas; muy esquemático, eso sí). Ese núcleo fué nuestro primer cerebro y se llama cerebro reptiliano, vete a saber por qué (¿fuimos lagartas antes que monas?). Este cerebro primarísimo y primerísimo se encarga, tanto en humanos como en el resto de especies animales, de regular las funciones fisiológicas involuntarias de nuestro cuerpo (o sea, las que no podemos controlar por voluntad propia). Es el responsable de la parte más primitiva del reflejo-respuesta, es decir de nuestra supervivencia. Como no piensa, pues ni sufre ni padece; sólo actúa en función de las necesidades de nuestro body: control hormonal y de la temperatura, hambre, sed, motivación reproductiva, respiración... Por lo que para sufrir y padecer necesita de ayuda.
Como la vida debía de ser muy aburrida sin emociones, con el tiempo desarrollamos una segunda capa, que se formó alrededor de nuestro reptiliano. Esta capa, más sofisticada que la primera, ¡donde va a parar!, se llama sistema límbico (o cerebro mamífero), y es el que, con un montón de aparatologías y mucha parafernalia (taquicardia, ataques de pánico, sudoración, etc), ayuda a nuestro cerebro primario a sufrir y padecer.
Es el encargado de regular las emociones, la lucha, la huida, la evitación del dolor y en general todas las funciones de conservación del individuo y de la especie. Este sistema revisa de manera constante (incluso mientras dormimos todo sigue funcionando) toda la información que se recibe a través de los sentidos, y lo hace mediante la estructura llamada amígdala cerebral (no confundir con las anginas), que controla las emociones básicas: el miedo y el afecto. Se encarga de localizar la fuente del peligro y otras cosas un poco más perras como son el amor, el odio, el altruismo, el deseo, los celos, la angustia, el temor, la culpa, la euforia... Con ayuda del hipotálamo, la amígdala, los bulbos olfatorios, y no sé qué cosas más regula nuestro comportamiento sexual y la expresión oral de las emociones. Se encarga, también, del comportamiento maternal (proteger y cuidar a las crías hasta que ellas puedan valerse por sí mismas), y   está conectado físicamente con todos nuestros órganos internos. El sistema límbico propicia el clima emocional necesario para la motivación al logro, ya que trabaja con una serie de neuroquímicos que impulsan al cerebro reptil a movilizarse hacia el logro de nuestros deseos o fracasar estrepitosamente en ello. De esa forma,  regula la condición de expansión o contracción de ellos.
Por si no lo sabías, los estados emocionales tales como la rabia, depresión, frustración, el estrés o el miedo, provocan que algunos órganos sufran las consecuencias de la contracción, tensión e irritación desarrollando enfermedades de lo más variopintas. Antes este tipo de teorías sobre la somatización de las preocupaciones o miedos se llamaban cosas de la nueva Era, luego se llamó Medicina Alternativa y ahora ha pasado al puesto de honor de la base de la Física Cuántica: "Todo está conectado" (que eso ya lo decía mi cuñado Juanjo mucho antes que los científicos), o Teoría de Cuerdas (¡qué nombre tan chulo!).
Así que ya tenemos lo necesario para sufrir y padecer, empezando por el desestabilizante hecho de que las matemáticas aquí dejan de cuadrar: la suma del cerebro reptiliano más el cerebro límbico da como resultado  el cerebro emocional (1+1 = 1).
Peeeeeeero, no nos bastaba con este grado de complicación, y desarrollamos otra capa más (¿quién sabe con cuántos cerebros acabaremos cuando nos extingamos?). Esta tercera capa, o tercer cerebro, se llama neocórtex (neo por lo novedoso y córtex porque es, de momento, la última capa y hace de corteza de todo este lío, supongo), y él solito conforma el llamado cerebro racional.  Ya tenemos cinco cerebros (no voy a hacer la ecuación porque también es bastante desestabilizadora).
Esta última capa o corteza final (hasta ahora) es la que nos da la mal llamada conciencia de nosotros mismos y de otros (con esto ya empieza todo a estar desconectado) y controla (si la dejamos) nuestras emociones.

Por si fuera poco esta trabajera, es también el que desarrolla nuestras capacidades cognitivas: la memorización, concentración, autoreflexión, resolución de problemas, habilidades sociales… Esta es, en una palabra, nuestra parte consciente, tanto a nivel fisiológico como emocional. Como no podía ser de otra forma y todos sabemos, el neocórtex femenino contiene aproximadamente 19 mil millones de neuronas mientras que el del varón contiene 23 mil millones. Y digo yo, ¿quizás nos faltan los 4 mil millones de neuronas necesarias para cazar y apreciar las gracias del fútbol y de las ferreterías?
(Y ¿dónde éstan en el neocórtex varonil los cientos de miles de millones de esas neuronas necesarias para curtir pieles, limpiar la cueva, tejer bambú, cocinar mamut, barrer los restos de hoguera, fregar cacharros, cerrar la tapa del inodoro –y mear dentro—, ir al pediatra con los cachorros, encargarse de la agenda escolar-social-familiar de la tribu entera, ir al tinte, zurcir las pieles, consultar al chamán ese acné adolescente, felicitar cumpleaños y aniversarios, saber que de un catarro no te mueres, poner la lavadora, localizar unos calcetines negros entre diez calzoncillos blancos, mecer y acunar a las crías, coger setas no venenosas, untar tostadas de mantequilla sin que caigan al suelo bocabajo, hacer el amor pensando en la lista de la compra y/o simular un par de orgasmos geniales mientras planificas la tutoría de mañana?, me pregunto con cierta frecuencia)
En fin, que todo este rollo sirva para consolaros, pues viene a decir que: el miedo es algo irreal (aunque cuando nos zumba no nos lo creamos), no físico y está ubicado en un pedacito de nuestro cerebro que podemos controlar, al decir de los expertos. Eso para que os tranquilicéis recordándolo en cuanto temáis algo, que ojalá lo hubiera yo sabido cuando lo empecé a necesitar de verdad aquella tarde mientras me tomaba una copa a solas sabiendo a mis hijas a salvo con la wonder woman en el parque…

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