…Tú, feliz, con la sonrisa abierta en tu rostro inmortal,
preguntabas qué sufro nuevamente, y por qué
nuevamente te invoco y qué anhelo ante todo
alcanzar en mi pecho enloquecido
alcanzar en mi pecho enloquecido
(Safo, poetisa griega, VII a.C.)
Yo era muy feliz hasta que cayó en mis manos un manual sobre cómo serlo. La curiosidad me pudo y empecé a leer. Maldita sea, ¡ahí empezó todo!
Con ese libro -y los otros doscientos que le siguieron- supe que para ser feliz había normas que yo no cumplía: no era ordenada, no dedicaba a los demás un alto porcentaje de mi vida (ni mucho menos), era egoísta, poco disciplinada y, aunque buena cocinera, hacía la comida a toda prisa -y a veces de forma chapucera- para volver a sentarme a leer, mi verdadera pasión, cuanto antes. También supe que para ser feliz había que hacer muchas cosas que yo no hacía: ejercicio físico de forma regular, dieta equilibrada, emociones equilibradas, meditar regularmente, vivir en el ahora de forma consciente (presente = regalo), cultivar relaciones conscientes y vegetar en estado permanente de agradecimiento.
Con ese libro -y los otros doscientos que le siguieron- supe que para ser feliz había normas que yo no cumplía: no era ordenada, no dedicaba a los demás un alto porcentaje de mi vida (ni mucho menos), era egoísta, poco disciplinada y, aunque buena cocinera, hacía la comida a toda prisa -y a veces de forma chapucera- para volver a sentarme a leer, mi verdadera pasión, cuanto antes. También supe que para ser feliz había que hacer muchas cosas que yo no hacía: ejercicio físico de forma regular, dieta equilibrada, emociones equilibradas, meditar regularmente, vivir en el ahora de forma consciente (presente = regalo), cultivar relaciones conscientes y vegetar en estado permanente de agradecimiento.
Así que, ¿por qué demonios era feliz,
significara eso lo que significara? Y ¿tenía derecho a serlo sin practicar
tanta virtud?
Y así empecé a ser infeliz. Y a sentirme
culpable, que es lo peor de todo…
Antes de saber que no era feliz formalmente,
me tiraba de la cama movida por la excitación y la curiosidad por mi día (¿qué me pasará hoy?). Ahora me
despertaba inquieta –y menos descansada-, con la idea de “tengo que ser feliz y
vivir cada momento de forma consciente”; parecía un trabajo de Hércules evocar
la excitación de antaño.
Ahora mi casa estaba más ordenada –no exageradamente,
claro; mis recetas eran más equilibradas –y engordaban más; mi pensamiento era
más consciente –y más lento; mis horarios de escribir y de leer eran más
disciplinados –y también menos productivos; mis relaciones eran más atentas y
amables –y menos espontáneas; mis emociones estaban perfectamente equilibradas:
no sentía nada más que aburrimiento, en línea recta. Y todo lo disfrutaba muchísimo menos.
Antes, cuando era feliz, vivía sobre la
marcha; es decir, vivía y convivía de forma simultánea con mi presente, mi pasado y mi futuro, pasando de
uno a otro sin problemas. Si tenía un recuerdo triste, me ponía un rato triste.
Si era tristísimo, lloraba a rabiar. Y si tenía una idea que me parecía genial
o un plan de futuro, me recreaba en ello. Ahora no tenia recuerdos, ni planes,
ni nada de nada. Solo tenía mi obsesión por mi presente-ahora-regalo feliz.
Y deseé no haber aprendido nada sobre la
felicidad. Y me cansé de sentirme conscientemente infeliz. Anhelaba volver a
ser feliz porque sí como no había deseado antes nada.
Mi padre siempre dice: “No arregles nunca lo
que funciona”. Lástima no haberle hecho caso.
Y un día, reflexionando sobre todo lo que
había desarreglado, decidí desaprender lo que había aprendido y volver a estar
contenta, sencillamente. Sin tener que practicar virtudes especiales. Sin ayuda
consciente. Sin consejos de expertos.
A lo largo de mis experimentos con la
felicidad consciente y ordenada, se me habían ido aclarando algunas cosas, y a
ellas me aferraría:
- Si estaba en este planeta, es que mi vida era importante; o al menos lo sería para mí.
- Si tenía una vida –y la tenía, por lo menos antes del experimento- probablemente la tenía para vivirla a mi manera y no a la de otros. Vamos, digo yo.
- No volvería a seguir pautas ajenas de felicidad y, además, esa palabra quedaba desterrada para siempre jamás de mi vocabulario y de mis intenciones básicas. Después del experimento, me parecía pomposa y, además, le cogí miedo.
- ¡Fuera el perfeccionismo! Como dice Marie Hadou, no existe el perfeccionista feliz; se sabría.
Por supuesto que había cosas en mi carácter que
se desviaban ligeramente del ideal, pero ¿y qué? Si fuera perfecta sería
espíritu puro ya; y todavía me quería quedar por aquí un tiempo. Ya sería
perfecta cuando palmara. Ahora no soy perfecta, pero tampoco soy imperfecta;
sencillamente, estoy sin terminar.
En lugar de perseguir una vida perfectamente
feliz, me construiría –a mi ritmo y sin agobios- una vida alegremente primorosa
(¡me encanta esa palabra!). Porque he descubierto que la infelicidad por
perfeccionismo es la única pérdida
que no puedo absorber.
Y ahí empezó todo. Otra vez…
Estas son las Memorias de mi vuelta al
desorden consciente, la cocina creativa, leer cuando me de la gana, escribir
cuando me apetezca, dar muchos besos y abrazos y reir un montón. Es la historia
de mi vuelta al contento porque sí. Porque primor y rigor no están reñidos.Creo.
Muy bueno Rosa. He disfrutado leyendo.
ResponderEliminarGracias, guapísima! Un beso.
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