martes, 30 de abril de 2013

Tranquilidad antes de la tormenta...


No puedes proteger a tus hijos de todo, la cosa no funciona así. Lo sé porque lo intento cada día.
(esto es mío)

Siempre me ha encantado la gente de todo pelaje (y viceversa) y no conozco oficio alguno con el que se te tengan que caer los anillos por lo que haces, pero desde que me vi enfrentada a unificar tareas del hogar y mercancías peligrosas (y desconocidas) como lejía, niñas, Cristasol, etc. mi respeto por la figura de la empleada del hogar se convirtió en pasmo y admiración absolutos.

Tan ferviente y desesperada debió de ser mi oración durante esas terribles tres semanas, que fue escuchada con rapidez sorprendente y encontré lo que todas las mujeres sonañamos encontrar (no, no es un chico):  La mujer perfecta. Era marroquí, un bellezón, limpia, organizada, tranquila, sonriente, amable  y no perdía nunca los nervios con mis hijas ni con mi marido… ¡Y su novio vivía a 600 kms de distancia! Hablaba español, francés y árabe (del fino, que luego por una amiga me enteré que hay dos). Y lo mejor de todo: tenía exactamente las mismas manías que yo. Al fin, un respiro.

Nunca jugué nunca a las muñecas o las casitas con mis hijas  (aunque hubo buena voluntad y un par de intentos por ambas partes), qué aburrimiento, de pequeña jugaba a las chapas y a las canicas, así que no sabía qué hacer un una miss universo de 20 centímetros, mucho menos si estaba despeinada, desnuda y con zapatos de tacón puestos. No me parecía que eso fuese juguete para niñas, pero así es ahora la cosa.
Así que, ante la posibilidad de que se aburrieran mientras yo leía, en cuanto ví que sujetaban perfectamente la espalda (me ocupé de que esto ocurriera cuanto antes), les puse una cuchara en la mano, el plato (no de plástico, ¡jamás!) en la bandeja de su trona, un babero (corto, no tipo mandil, qué horror) y les decía: "Una chica lista no mancha el borde su plato y si tarda poco en comer, puede ir antes a jugar" Lo del borde del plato, por supuesto, era para limitar el radio de acción de la papilla, no por otra cosa. Comían perfectamente, y de forma impecable, a los dos años (y si hacían alguna, allí estaba yo para enseñar). A los 3 años a mi hija mayor se le ocurrió que le gustaban mas los espaguetis con tomate que los macarrones. No problem. Le dije que le daba tres oportunidades para el cambio, informándole que los niños italianos a los dos años sabían comerlos con cuchara y tenedor sin manchar el borde (toda mi obsesión era, seguía siendo, evitar el derramamiento de tomate por todos los alrededores), y que ella tenía un año más. Lo pilló a la primera. Así que sólo tuve que darle tres clases de "Spaghetti Con Tomate Como Los Niños Italianos" antes de que manejara el tema casi mejor que yo.

La ventaja adicional de todo esto (para mí, por supuesto) es que, con el tiempo, la que vino detrás aprendió de la mayor, ahorrándome lo que hubiera debido ser mi trabajo y diversión. El día que la pequeña bajó a desayunar, con tres años, con los cordones de las botas perfectamente atados, por poco me caigo de culo; realmente, mis expectativas nunca habían sido tan locas! A partir de entonces, muchas de mis responsabilidades de maestra cayeron en los hombritos de mi hija mayor. En su momento (muy temprano), la enseñó a ducharse (por dios, no me podía creer que se habían terminado aquellas terribles sesiones de salpicamientos de agua espumosa y bandadas de patos de goma), a lavarse la cabeza sola, a atarse los cordones y a… ¡saltar de la cuna-parque!

Y todo eso nos benefició a las tres.

Hablaban y dibujaban cuasi magistralmente a muy tempranísima edad. Ante la horrible perspectiva del parque o jugar a tiendas, les ponía delante un folio y una caja de rotuladores y les decía:  Dibuja un castillo con su príncipe, la princesa y los siete enanitos (nunca fui de cuentos tampoco, los lío un poco todos). El castillo tiene que tener tres torres, una de ellas redonda, y en aquella época las princesas vestían con faldas muy largas y los castillos tenían murallas muy altas para defenderse. Con picos. Acuérdate de no mancharte los dedos ni salirte de la raya cuando los colorees.

A la media hora, mis órdenes estaban plasmadas en un papel a todo color (ventaja para ellas: buenas notas en dibujo posteriormente, asignatura que siempre es un rollo en el cole). Cuando se aburrieron de los rotuladores, rápidamente las senté delante del ordenador y les dije: En esto plano que se llama pantalla está lo de dibujar que se llama "Paint", y es mucho más divertido y fácil con esto que se llama ratón que dibujar con rotuladores. Dibuja una chica guapa, como tú.

Y al poco mi deseo se veía representado a todo color, esta vez en una pantalla luminosa (ventaja para ellas: crecieron con la idea de que eran unas chicas guapas y que podían hacer sin dificultad cualquier cosa con la que se pusieran, sólo porque mamá lo decía y luego resultaba cierto. Ventaja que, con el tiempo, ha corrido en mi favor: son perseverantes y consiguen sus objetivos). Oyendo a otras madres hablar de las adolescencias de sus hijas, estoy cada vez más agradecida a mí misma y a Dios, que me inspiró en aquella época. Pensaba pedirles a mis hijas perdón, en un momento no muy lejano, por haber sido una bruja madrastrona y poco juguetona, pero ahora que lo pienso mejor... Comprobado queda que la fe mueve montañas... O no?


De todos modos, seguía con la idea de que sólo podría hacerme cargo de mis hijas de forma segura estando en casa y abrazadas; todo lo demás era peligroso.
Por supuesto, jamás saqué a mis hijas al parque y nunca las llevé conmigo a sitio alguno que las expusiera al peligro durante más de diez minutos. Nunca salí con las dos a la vez ni a la compra hasta que no tuvieron 6 y 9 años respectivamente –y habían hecho un año de kárate en el cole (por si acaso).
Tenía obsesión con la seguridad de las niñas y la convicción de que conmigo no estaban a salvo; tenía miedo de todo, lo visible y lo invisible, durante todo el tiempo. Y aquello iba en aumento.
Llamé tanto al miedo que un día éste se cansó y me dijo: “Tú no me conoces, chica; ahora verás que cuando me pongo, me pongo…”

Y una tarde que estaba sola en casa, mientras las niñas estaban con la wonder woman en el parque y yo me tomaba una copa, supe lo que era el miedo de verdad…

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