domingo, 5 de julio de 2015

¿Puede hacernos infelices la búsqueda de la felicidad? (II)


--La que quiere presumir tiene que sufrir --sentenciaba mi abuela Blasa mientras yo berreaba y ella me daba tirones horripilantes con el peine--. ¿Lo ves? Estás mucho más guapa con las trenzas bien hechas que con pelajos.

A veces me amenazaba con cortarme el pelo al rape y yo lloraba más sentidamente aún. No por que pudiese cumplir un día la amenaza sino porque no la cumplía nunca. Impotente, le increpaba:

--Además, ¡¡no sé lo que es un rape!! --ella se echaba a reír y yo lloraba más.

Pasar por todo el proceso de desenredo y trenzado de mi pelo --que odiaba, y que mi padre no dejaba que nos cortasen a las chicas de la familia--, me decidió a ser chico.Con mi primer sueldo, me corté el pelo. Estaba horrible, sí; pero se acabó la pesadilla. Mi padre estuvo una semana sin hablarme, pero valió la pena.

¿Es necesario pasar por la infelicidad para llegar a la felicidad? Pues depende. Si eres consciente de lo infeliz que eres o si, simplemente, quieres ser más feliz de lo que ya eres, tienes que ponerte las pilas. Es una decisión que se toma... o que no se toma. Y la mayoría de las decisiones no requieren una profundísima investigación, aunque somos muy aficionados a no hacer nada hasta sentirnos exhaustos por darle vueltas al (cualquier) asunto y, al final, tomamos la decisión en un golpe de rabia, desesperación o impaciencia. Con las consecuencias que todos conocemos.

Es mejor darle al asunto una vuelta sin implicarnos emocionalmente con el resultado, intentando recopilar todos los datos y, tranquilamente, tomar la decisión que mejor pinta tenga. Porque, queridos, los datos no cambian por muchas más vueltas que les des. Y eso es un secreto que descubrí no hace mucho.

Se aprende a cantar cantando; se aprende a nadar nadando; y se aprende a ser feliz siendo feliz. 

Se feliz, como cualquier otra habilidad, lo que requiere es práctica. Aunque sea incompetente y torpe en el resto de las modalidades de vida que no me interesan, mi pericia con la felicidad será resultado exclusivamente de haber entrenado con regularidad durante un periodo prolongado de tiempo, a ser posible toda la vida.

Durante el período de entrenamiento claro que tendré, y ya he tenido, segmentos temporales en los que el fastidio, la incompetencia (mía o de otros), la frustración, la tentación de abandonar el objetivo y la impaciencia por la tardía llegada a la meta me hacen infeliz. Pero he descubierto que sólo me siento infeliz si en esos momentos caigo en la cuenta de ello; mientras he llegado a ese punto he estado a lo mío, es decir: intentando ser feliz y eso ya me hace un poquito más feliz. No me gusta hacer camas, no me gusta fregotear con lejía ni empaquetar ropa y libros con los que no sé qué hacer, no me gusta limpiar armarios, pero si no pienso en ello "durante" no me siento infeliz. Y cuando acabo y contemplo mi obra, la Nueva Rosa Ordenada se siente feliz como una perdiz. Encima, el orgullo por la tarea bien hecha es una experiencia relativamente nueva para mí ya que soy por naturaleza --o hábito-- bastante chapuzas y amiga de los atajos. Un puntazo más.

¿El inconveniente? Pues que normalmente no sabemos (solo lo imaginamos cuando lo vemos en otro) lo que realmente nos hace felices y enseguida se nos acaban las opciones.

¿La solución? Llevar a cabo un estudio serio y completo de lo que te hace feliz y no dejarte engañar por lo que crees que te hará feliz. Porque gran parte de las cosas/experiencias/personas que creemos que nos harán felices no lo hacen; para averiguarlo el sistema mejor es el clásico: prueba y error. Y es gratis.

Por ejemplo, recuerdo que hace unos años fui por primera vez a ver bailar flamenco a mi hermana pequeña al festival de fin de curso de la escuela de Beatriz González Barroso. Cuando contemplé el espectáculo inenarrable de todas aquellas elegantes mujeres zapateando con una mano levantando su falda de volantes y la otra en alto supe sin ninguna duda de que yo sería feliz si supiera zapatear así. Mi madre siempre decía que yo era una andaluza descastáh; le demostraría que no llevaba razón.

Tardé un año en animarme a ir a la clase de Beatriz. Y duré un trimestre. Porque sí es cierto que me haría muy feliz saber zapatear de aquellas maneras pero las cualidades de trabajo físico, empeño y perseverancia que requiere aprender a hacerlo no son mías. Lamentablemente. En realidad, descubrí, lo que me haría feliz sería levantarme una mañana y, por arte de birlibirloque, saber ya zapatear como mi hermana.

Y como la mayoría de las cosas no funcionan por el birlibirloque, sigo en la búsqueda de la minoría que sí lo hacen. Algunas no me satisfacen. Otras sí.

Cocinar, escribir, ser madre, hacer un buen jabón de glicerina, andar con mi grupo de martes y jueves, acudir a mis talleres de lectura y escritura, enseñar desbloqueo creativo a quien lo necesite y quiera y, más recientemente, ordenar mi casa y la Astronomía, son las cosas que, de momento y por el birlibirloque, sí me salen bien y me aferro a ellas porque me producen una felicidad (a veces a tropezones) que nunca falla.

Cuando mis hijas iban al colegio me espantaba oír a las madres contar todas las actividades extraescolares a las que sometían a sus hijos y así mismas por la fuerza. En aquella época estaban de moda el kárate, el ballet, la gimnasia rítmica, la pintura y el futbito. Luego, las sensatas: el kúmon (que no me enteré muy bien de lo que era; con ese nombre ni loca las llevaría), el inglés (ese era importante para mí), música (mi asignatura pendiente), modelado en barro (que influía no sé como en la psicomotricidad) y otras por el estilo. Había tanta variedad que me mareaba cuando intentaba decidir. Y la perspectiva de cruzarme medio Madrid lunes, miércoles y viernes por la tarde para que mis hijas aprendieran guitarra o esgrima me ponía los pelos de punta.

Mi sensata pereza se impuso: Podéis elegir dos actividades, pero una tiene que ser física y otra intelectual (presioné para que fuera inglés), pero tenéis que durar un mes completo en las que queráis probar, les dije. ¡Ah! Y tienen que ser actividades de las que hay en el colegio a la hora de la comida, que tenéis que tener tiempo para jugar.

Y así lo hicimos. Tan ricamente.

He descubierto que, por regla general, acabas siendo excelente en aquello que te atrae mucho, aquello por lo que te inclinas de forma natural. No nacemos expertos en ello pero creo que el hecho de que algo te guste mucho es una pista importante por donde empezar. Y si, además, luego te puedes dedicar profesionalmente a ello, otra ventaja más. Una de mis hijas se aficionó a los idiomas y hoy es Intérprete y Traductora jurada que escribe y habla la mar de bien lenguas variadas, y además da clases de lo suyo en un máster universitario. 

Aunque a veces esa pista resulte falsa. Como la del zapateao en mi caso. O mi otra hija, que se aficionó a la gimnasia rítmica y... hizo Bellas Artes. Pero esas son paradojas de la vida.

La vida misma.

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